miércoles, 18 de septiembre de 2024

Cuento de eclipse: La princesa triste muere

Había una vez una niña. Linda como el atardecer. Dulce y buena, que amaba a su padre sobre todas las cosas y que odiaba a su madre y quería que no existiera.

Siempre vestía de azul. Azul brillante, con muchos destellos que cegaban a cualquiera que la mirara y que al verla solamente podían ver sus reflejos.

Esta princesa amaba el baile, el contacto, las drogas. Perderse en callejones sin salida, irse sin despedirse nunca de nadie. Comer las aceitunas de todos los cocteles que encontraba y vomitarlas al final de la noche para al otro día no sentir malestar. Por sobre todas las cosas no sentir malestar. 

La princesa azul, la princesa triste. 

Tenía un cabello largo y sedoso que cautivaba hasta al más incólume. Su voz era suave, envolvente, cuidadosa de no sonar muy alto y con un pequeño dejo de ronco que nunca se pudo quitar.

Esta princesa era el centro de su familia. Pese a que odiaba a su madre, ella y su padre vivían solamente para complacerla y no podían estar sin ver su reflejo en el brillo de su hija. Cuidaban cada paso que daba, su respiración, nunca la criticaban. Si la princesa tenía dificultades, corrían a ayudarla para que sus manos nunca se fueran a ensuciar. Porque la princesa era muy hermosa y querían conservarla así para siempre.

Un día,  le consiguieron un hijo, tan hermoso como ella, que parecía que había salido de sus entrañas, pero que no era así, porque la princesa azul era inmaculada. También encontraron para ella un esposo, bello y amoroso, devoto de su belleza, que quedó igual de cautivado que sus padres por ese brillo enceguecedor y que procuraba nunca tocarla, para que no se fuera a cansar. Así, la princesa tuvo su propia familia, hecha por las manos y los deseos de sus padres y fue a vivir a una casa que era como ellos siempre habían querido para ella, de paredes de cristal para poder verla diariamente.

Un día, la princesa salió a caminar sola. Esto nunca lo había hecho, porque siempre contaba con la compañía de sus padres o de quien ellos designaran. Divisó un bosque y se internó en él. Sintió el crujir de la tierra, las ramas, las hojas bajo sus hermosas zapatillas de cristal. Olfateó los pinos, con su acidez y amargor dulce. Vio la luz colarse por entre las copas de los árboles y crear divertidas formas indefinidas sobre los troncos, en el piso, y en ese espacio vacío que había entre un árbol y otro, hacia adelante.


Siguió andando y llegó a un lago. Un lago verde, lleno de musgo, en un claroscuro de aquel bosque. Se acercó a la orilla, bajó la mirada y bebió desprevenidamente con su mano. Entonces, se miró a los ojos en el agua y se horrorizó. Su piel era tan pálida que parecía muerta y sus ojos no tenían brillo. Todo ese resplandor que había sentido tan suyo no era más que sus vestidos, tejidos y confeccionados para que sus padres pudieran verla brillar siempre. Entonces se miró las manos, hechas porcelana, frías y con unas articulaciones que apenas le permitían moverse. Se dio cuenta de que no las usaba, porque siempre había alguien allí para ayudarla.

Ante este espanto, la princesa gritó - algo que nunca había hecho - y pudo gritar y gritar porque nadie allí la oía, estaba sola, con el bosque y sus árboles, que eran tan hermosos y que le recordaban aún más su fealdad, su cadavérico ser. Se odió. Cayó al suelo y se revolcó en el lodo y la tierra en su piel le hizo sentir un poco de vida y así supo lo que tenía que hacer: tomó una piedra afilada y se degolló.

Cayó en pleno éxtasis de espaldas sobre el musgo y se entregó a la madre de toda la vida y allí murió.

Yo supe de su muerte poco después de que ocurriera. La princesa había sido el centro de mis juegos de infancia, una compañera a quien amaba profundamente. También yo la mirada resplandecer y me regocijaba en aquello que se parecía a la calidez. La admiraba y sentía celos de ella a la vez. Nos separamos al crecer y duramos muchos años sin hablarnos antes de que decidiera quitarse la vida.

Así que cuando me enteré no pude evitar el llanto y una voz en la garganta que sin que yo lo quisiera gritó: ¿¿¿por qué??? ¿Por qué decidiste morir si eras hermosa y tenías la vida que siempre habías soñado? ¿Por qué princesa, por qué moriste y además tan lejos de mí?

Y empecé a buscarla entre mis sueños y a llamar a su espíritu con mi mente y mi corazón. Confié en ese amor que nos habíamos tenido y en que cuando se ha amado, la conexión nunca se pierde.

Cuando se busca se encuentra, así que algunos espíritus acudieron a mí, tratando de decirme que podían ocupar el lugar de la princesa en mi corazón. Pero yo sabía que no era cierto, así que les despedí y seguí buscando, caminando por la ciudad que nos había unido, los pasos que juntas una vez recorrimos.

Me detuve un momento a ver a la gente y les vi llorar por la princesa. Todos la amábamos. Todos recibimos un poco de ese brillo y nunca pudimos olvidarlo. Vi a sus padres contemplar los días añorando a su princesa, su razón de ser y en la melancolía de la pérdida que se sabe irremediable. Sus ojos al horizonte, sin destellos para admirar. La casa vacía en la que el hijo se había evaporado y el esposo convertido en sal.

Seguí andando y encontré una torre al lado de un lago. Y en el reflejo de las luces en el agua pude sentir a la princesa. Princesa triste, melancólica, vacía para siempre. Le pregunté por qué había decidido morir y como respuesta pude sentir algo que más que nada fue un recuerdo, de sus hermosos ojos levantándose hacia los míos y espejando tristeza. Dos gotas como de rocío, cayeron de sus pupilas hacia las mías y las vi seguir su camino hasta el piso por mis mejillas y mentón.

La sentí atrapada en esa imagen azul por siempre. El mandato de la melancolía, ese vivir para otros sin poderse detener, sin contar nunca con lugar para sí.

Adiós princesa, adiós. Adiós a tu brillo y tu sonrisa. Tu lánguido caminar como si durmieras, tu cabello de seda. Adiós princesa azul, gracias por tanto. Por los juegos y las discusiones. Gracias por ser tan hermosa y hacerme sentir celosa. Gracias por no hacer nunca nada y que eso lo significara todo.

En eso, llegó un niño. Un niño de risa y movimiento, de profundos sentimientos, y este pequeño la vio, pudo ver a la princesa allí donde yo no podía. Se rio y la princesa pudo así romper el hechizo y desde mi lugar vi cómo su espíritu caía al agua y se disolvía.

Una mariposa emergió algunos metros adelante de donde había caído y lo supe: finalmente es lo que siempre quiso ser.

Disclaimer: Este es un cuento inspirado en un sueño que me impactó mucho hace algunos días. Espero haber honrado la experiencia.

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