viernes, 2 de octubre de 2020

Los imprescindibles

 Hace casi 7 años murió mi querido amigo Abelardo Hernández Millán. Nunca me di tiempo de escribir sobre esta persona, pese a que le he echado de menos y su memoria me acompaña con frecuencia en diversas situaciones. Como diría Drexler, más vale tarde que jamás, sin importar la estrella en la que estés, escribo esto para agradecerte. Viva octubre de gratitud!

Abelardo. Mucho hay que decir de alguien como él...: que hizo parte del germen que hizo posible el Colegio de la Frontera Sur; que luchó por lograr la protección ambiental de la Selva Lacandona en Chiapas; que fue la mano derecha de monseñor Samuel Ruiz en los diálogos del EZLN en los 90; que ganó premios de cuento y que se lo recuerda en diversos escenarios en el centro y al sur de México. Que nunca abandonó las causas por los más vulnerables, que tenía palabras dulces y divertidas que dejó al mundo en sus cuentos y su poesía.

Yo fui su atenta estudiante. Me lo encontré como regalo de la vida en segundo semestre de maestría, cuando estaba muy extraviada con mi tesis. Él, con su amor, paciencia y apertura, me puso de nuevo en la ruta. Con un té y su bella biblioteca, me ayudó a levantarme de esas roturas de corazón que a veces ocurren en los espacios académicos. Aún conservo los libros que me regaló en ese primer encuentro.

Tuve la suerte de contar con su compañía hasta el final de ese camino. Pasé tardes escuchándolo en su café favorito del centro de Toluca, en donde conoció a 'mi linda familia' (sus palabras). Me leyó cada vez que lo necesité, con comentarios y aportes siempre pertinentes (y cuando no, bellos); y como sinodal al final. También lo escuché recitar sus hermosas poesías, las propias y aquellas que acudían como mariposas a sus labios de manera inesperada. Hoy lo recuerdo especialmente, porque le regaló, sin conocerla, su libro sobre el 2 de octubre a mi hermana menor, con el mismo amor con el que se relacionaba con la vida. Me contó en alguna ocasión que le tomó años volver a salir de casa en esta efeméride, que la escritura le salvó del horror, del dolor de haber estado presente, de haber vivido ese momento. Es el precio que grandes como él a veces pagan por haber estado donde había que estar en cada momento de su historia.

Abelardo hizo posible que yo me animara a conocer Chiapas, que viajara a los caracoles y pudiera ver uno de esos otros mundos que son posibles y que están pasando ya, hoy, en la humanidad. Era una persona de esas cuyo corazón nunca se rinde, de imaginación activa, propositiva, con su maleta lista para seguir andando, para seguir caminando, para seguir construyendo.

Tengo en mi memoria, muy nítido, el último recuerdo que compartimos, cuando aún estaba con nosotros: al terminar mi examen de titulación en la maestría, conversamos un poco y le regalé un café. Se notaba ya en su figura la cuenta que pasa el luchar contra la enfermedad por un largo tiempo. Me agradeció con afecto, un abrazo, y al partir levantó la bolsa y me dijo: me lo voy a tomar en tu honor.

Dibujo cortesía de Isidro Pontón Romero. 2013. Día del examen de titulación.

Querido Abelardo, gracias por conectarnos con la vida, con la dulzura, con la sensibilidad. Gracias por ser de esos imprescindibles de los que hablaba Bertolt Brecht. Apuestas tan bellas como la tuya, siempre en las causas más lindas, son las que este planeta necesita más. La creación de nuevos mundos desde el arte, desde el afecto, desde la fe en que podemos ser mejores, que podemos tratarnos al lado.

Gracias por estar tan bellamente en mi memoria, por servirme de excusa para recordar las causas justas, los sueños, la fe. Dios me bendijo con tu amistad, y en eterna gratitud, la voy a atesorar por siempre.

Todos somos semilla.

Un cuento corto de Abelardo, para recordarlo en su voz:

En la selva

Esa noche, el grupo de turistas rodeaba la fogata junto con algunos indios lacandones que los habían guiado en el recorrido vespertino. Las brasas crepitaban entre el prolongado silencio. Presidía la reunión el más viejo de la tribu. De pronto un lacandón joven se puso de pie y, con el entrecejo fruncido, dirigió su mirada hacia un horizonte invisible y olfateó con avidez entre aromas de humo y carne asada. “Ahorita vengo”, dijo. Extrañado, alguien del grupo preguntó al viejo lacandón de qué se trataba. Luego de un instante respondió: “escuchó el trote de un pequeño venado y salió a cazarlo”. Algunos integrantes del tour se asombraron con la respuesta; otros la tomaron con recelo. Todos quedaron estupefactos cuando, al cabo de un rato, el joven cazador regresó con un venadito cargado sobre sus hombros y lleno de flechas clavadas en el cuerpo. No sabiendo cómo retribuir la consumación de tal hazaña, los viajeros se apresuraron a reunir más dinero en agradecimiento por la gran lección de Historia ahí manifestada. “Es como si nos hubiéramos trasladado a la época en la cual la caza era tarea principal de sobrevivencia”, exclamó uno de ellos; “nadie me va a creer cuando platique lo que hoy aquí hemos presenciado”, dijo otro. Luego se retiraron a dormir entre comentarios de entusiasmo suscitados por el gran acontecimiento. No escucharon cuando, satisfecho, el lacandón viejo dijo al joven en voz baja: “lleva otra vez el cervatillo al escondite secreto, arregla las flechas de nuevo y no se te olvide ponerle más hielo para conservarlo en buen estado”.

A.H.M. Que en paz descanses, querido. 

jueves, 24 de septiembre de 2020

Lo siento

 Hace algunos días escribí sobre el enfrentamiento que tiende a ocurrir entre hombres y mujeres en nuestra sociedad. Escribí sobre la importancia de mantener esa conversación al lado, de la mano, entendiendo que ese enfrentamiento es solamente creado, ficticio, no necesitamos que sea de ese modo.

Como la vida es así, me he visto mirando muchas situaciones que han llevado a profundizar esa reflexión, ese sentimiento, que no es tan racional como me gustaría, que es más emotivo, más físico. No es fácil este tema. Tengo memorias que me cuesta soltar frente a cosas que he elegido creer que hombres hicieron por el hecho de ser tales. Hoy me relaciono con las diferencias que tenemos las personas, más evidentes entre hombres y mujeres y es más retador aún. 

Pero hace pocos días recibí un regalo. Recibí unas palabras bellas de un hombre amoroso, que nos pidió perdón a muchas mujeres en nombre suyo y de los varones, por tantas cosas que se hacen desde la ignorancia y el miedo. Por tantas cosas de las que no se dio cuenta y que como él, muchos hombres no notan, porque es un desafío estar atentos. 

Así que no quería dejar por fuera este gesto tan importante y hoy quiero regresar el regalo y pedir perdón a él, a mis hombres queridos y a todos, por todas las cosas que nosotras hacemos, que yo he hecho, desde la ignorancia y el miedo. 

Querido hombre, te pido perdón por verte con miedo y con rencor. Te pido perdón como hija, por menospreciarte, por creer que eras menos inteligente, menos capaz, menos dispuesto a dar y recibir amor. Te pido perdón por faltarte al respeto, por no verte, por creer que eras una roca que no podía sentir. Estas acciones vinieron de mi miedo infantil a no sentirme protegida y para protegerme creé una coraza de reproches y falsa sensación de superioridad.

Te pido perdón como hija, por no respetar tu rol en mi vida, por no honrarte y saber que también en ti había sabiduría y razón, por no valorar tu familia y tus espacios, desde la creencia de que los hijos son de las madres y de sus familias. Te pido perdón por creer a las personas que en algún momento quisieron hablar mal de ti. Estaba equivocada y buscaba certezas y seguridad.

Te pido perdón como amiga y como compañera de estudios, por cada vez que tus maneras de hacer me parecieron ridículas y te puse en vergüenza en público. Te pido perdón por cada vez que al sentirme débil, busqué hacer uso de la manipulación para sentirme en superioridad a ti. Te pido perdón por hacerte el juego en el toma y dame del maltrato y del chisme.

Te pido perdón como amiga por no creer en ti, por creer que necesitabas de mi protección como una madre, por verte pequeño y no confiar en tu fuerza. Lo siento mucho, me sentía insegura y quería sentirme necesitada. 

Y te pido perdón, sobre todo, como pareja. Te pido perdón porque abusé de mi lugar de privilegio que me daba el estar en relación vulnerable contigo, el que te abrieras a mí. Te pido perdón porque no vi lo mucho que te cuesta abrirte, porque no valoré el regalo de la confianza. Te pido perdón por hacerte sentir menos por no ser fuerte, o valiente, o como yo quería que fueras. Te pido perdón porque me inventé y creí estándares imposibles de cumplir y te hice sentir que valías menos por no alcanzarlos. Te pido perdón por agredirte, por usar tus palabras en tu contra, por permitir que mi miedo y mi propia vulnerabilidad se convirtieran en rabia y poner todo eso encima tuyo. Te pido perdón por guardarme la dulzura y el amor y negártelo como una forma de control, como un mecanismo de manipulación. Te pido perdón por mentirte sistemáticamente para 'salirme con la mía', por manipular las situaciones, por usar mis shows y mi drama para que hicieras lo que yo quería. Te pido perdón por creer que yo merecía más consideración siempre, porque creí que la parte ancha debería ser para mí y la angosta para ti. Te pido perdón por imponer mis decisiones sobre ti y por negarte el privilegio de ser padre y disfrutarlo. Lo siento mucho por todo esto. 

Te pido perdón como mujer, por creerme esta guerra, por aceptar estos términos de la relación en los que alguien dijo que debíamos estar enfrentados, que no podíamos hablarnos, que era mejor mostrar indiferencia. Te pido perdón por hacerle el juego a esta batalla de 'quién tiene más talentos' en la que llevamos tanto tiempo enfrascados. Te pido perdón por hacerte objeto de mis reclamos ancestrales, por ponerte contra la pared como el culpable de todos los males de la humanidad, dejando de lado que también sufres, que también pagas un alto precio por la forma como las cosas funcionan. Te pido perdón por cada uno de ustedes que tiene que ir a las guerras inútiles que nos inventamos como humanidad. Te pido perdón por quitarte el privilegio de disfrutar la paternidad, por no confiar en ti, en ese rol, y minimizar tu presencia y el disfrute en el hogar y la familia. Te pido perdón por pedirte que seas siempre fuerte, que seas siempre quien protege, por demandar cosas que ti que no quieres dar.

Te pido perdón en resumen, por dejarme guiar por el miedo, por el resentimiento, por la confrontación. Te pido perdón por no poner en primer lugar el amor en este relacionamiento. Te pido perdón por hacerme la víctima de esta guerra y olvidarme de ti y por negarme a hablar de corazón contigo. Lo siento mucho. Sé que nos ha costado a todos muchísimo.

Gracias por tu valentía. Gracias por existir y por poner toda la belleza que pones en el planeta. Gracias por acoger y cuidar, por proveer, por concretar. Gracias por la creatividad puesta en marcha, gracias por las semillas que hacen que la humanidad siga existiendo. Tenemos camino por andar y pido al cielo que nos enseñe cada vez más a andarlo juntos, de la mano.

Con amor,

martes, 30 de junio de 2020

Al lado

La semana pasada fue una dolorosa para Colombia. Supimos que nuestro director de cine emblemático, aparentemente cometió actos de acoso y abuso sexual en contra de una serie de mujeres que se animaron a contar su historia, con el ánimo de incentivar un alto en este tipo de prácticas, por parte de Ciro y también en el medio audiovisual en general. Y además, como si esto ya no fuera suficiente, una niña indígena fue violada por siete militares. Yo sentí profundamente estas noticias, de muchas maneras, y tuve la ocasión de conversar con varios varones y algunas mujeres sobre el tema y sus percepciones al respecto. No es un tema fácil, siempre he pensado que en estas discusiones sobre la violencia de género, es donde más claramente ponemos el pellejo en el asador, es donde se juegan nuestro miedos y vacíos y violencias más profundas.

Una de las conversaciones que tuve y la que más ruido me hizo, fue con una persona que me comentó que debíamos dejar de lado la discusión sobre las diferencias de género y de las afectaciones que eso tiene en nuestras vidas humanas. Que no podíamos hablar de los hombres como todos unos infelices y que no se podía cobrar esta violencia estructural de manera individual a cada uno de ellos. Y estoy de acuerdo, hasta cierto punto. Sin embargo, le comenté en ese momento que el negar la realidad de la desigualdad y la violencia que existe hoy en día entre hombres y mujeres, resulta una revictimización en muchos sentidos y no contribuye a que generemos estrategias de cambio. Pero también y más claramente, me dolió a mí, a Diana y a todas las mujeres que traigo en mí.

Este hombre me comentaba sobre su molestia frente a lo que hemos llamado radicalización de algunos colectivos femeninos, en los que se señala a los varones como un todo en un sentido violento, que se les cataloga como violadores, violentos, abusivos, de manera general. Estas expresiones hacen parte del profundo enojo que tenemos las mujeres frente a siglos de patriarcado que hoy por fortuna, pese a que persiste esa violencia, podemos empezar a expresar, que no es poco. Sin embargo, entiendo la molestia, lo he conversado con otros amigos y siento la misma angustia, y queridos, no se me olvida la reflexión y la auto observación en ese sentido.

Pero mi pregunta para esta persona, para este hombre, que es además una de las personas que más he querido y respetado en mi vida, era si no vendría mejor preguntarnos por qué estamos tan bravas. De dónde viene semejante nivel de enojo, de rabia, que tenemos que llevarlo a las calles, a las paredes, a los monumentos, a las arengas y los bailes. Por qué mujeres por todo el mundo tienen tanta rabia, si los hombre no son todos unos h.... de ... ???

Y desde ahí, le planteé una cosa que vengo tratando, con dificultad, de poner en práctica en mi vida, sobre la importancia de generar estas conversaciones sobre la violencia de género y sobre nuestras diferencias en general (que son reales, para mí) al lado, y no al frente. Hace algunos años estuve tan enojada como muchas de las mujeres sobre las que cuento acá. Y se la cobré a los hombres que hubo en mi vida en ese momento, empezando por mi papá, por supuesto, pero pasando por amigos y por mi pareja y todo el que pude. Necesité ese enojo, me vino bien, me permitió transitar momentos dolorosos. Yo he vivido en carne propia este maltrato, la violencia y las huellas que deja. En mi mente pensaba al hablar con esta persona: 'Si tú supieras... si supieras de dónde viene este enojo...'. Pero tal vez no lo sabe, tal vez la mayoría de hombres no lo saben, porque están cegados en sus pequeños privilegios, ciegos al dolor de las mujeres y ciegos a su propio dolor, porque este sistema nos cobra muy caro a todos. También tenemos nuestras cegueras nosotras.

Tal vez vendría bien contar, y no como una víctima, que no soy, sino como alguien que las ha experimentado, que estas violencias dejan huellas en nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestras mentes y que el proceso de recuperarnos de eso, es largo y retador. Y no siempre tenemos las herramientas para hacerlo, entonces con frecuencia nos sentimos perdidas, culpables, confundidas. Hablar de ello ayudaría, pero cuando se hace, nos encontramos a la familia, los amigos, el Estado y la sociedad en general, dudando de creernos (o negando, de plano) que cosas tan dolorosas puedan pasar. Y no nos dejan hablar. Porque además de horrible, esto es profundamente doloroso, tanto, que preferimos decir que es mentira para no tener que lidiar con ello como sociedad, para no admitir que tenemos un problema allí. Mejor hablar de manzanas podridas, mejor de hablar de 'casos aislados'. Aún con eso, muchas tomamos la decisión de recuperarnos a nuestra manera y lo mejor que podemos. Yo no creo que ello dependa de quien agrede, sino que uno puede elegir su camino y hacer lo que sea necesario por amor a uno mismo, y dejar al otro con sus temas por resolver para que se haga cargo de ellos. Creo, con muchas mujeres, que está en nuestra potestad y es nuestro derecho ir más allá del abuso como definitorio de nuestras vidas. Y, con todo eso, no sería más lindo, más dulce para la sociedad, que en lugar de hacer mujeres fuertes a punta de recuperarse de heridas, hiciéramos mujeres fuertes porque tenemos niñas amadas, dignificadas, protegidas?

No sería mejor que en lugar de discutir cadenas perpetuas y castraciones químicas (tamaña ridiculez), habláramos de hombres amados, dignificados, reconocidos desde su infancia?

Todo esto lo digo al lado, de la mano o en un abrazo, hablando con esa persona que tanto me importa y a quien tanto respeto. Porque me importa y le respeto, porque no quiero hacer un señalamiento agresivo, aunque a veces eso también sea necesario y válido, a veces los límites hay que marcarlos con un grito. Lo digo al lado de una sociedad a la que le cuesta verse a la cara de verdad, que vivimos inventando mentiras y orgullos falsos para no hundirnos en la miseria ética en la que ya vivimos. Hay que vernos al espejo, de otro modo, esto nunca va a cambiar. Hemos avanzado mucho, pero aún falta mucho y lo que falta, existe hoy en personas que sufren, en más niñas que van a tener (o no) que recuperarse de esas heridas.

Yo no creo que haya una solución única para esto. Creo que necesitamos ver la forma como este sistema nos rompe a todos, hombres y mujeres, y la forma como de allí, de ese dolor intenso, surge la fuerza para que atrocidades como el desborde de violencia contra la niña indígena ocurran. Esto no puede hacerlo sino un ser profundamente roto y pensar en eso, también es difícil. Es algo atroz, que viene de personas que seguramente han vivido cosas atroces, y una sociedad demasiado ocupada en olvidarse de sus dolores como para prestar atención, para cuidar, para proteger. 

No creo que Ciro deba ser apedreado en el paredón, pero tampoco creo que podamos negar esto y seguir como si nada; y creo válido generar conversaciones en doble vía sobre el tema, en el que los varones puedan reconocer esas violencias, que les están muchas veces integradas, como algo incómodo, doloroso, vomitivo para nosotras. Creo que saldríamos mejor de allí que de un señalamiento unidireccional, con más aprendizajes y con el mismo nivel de rechazo que hoy produce el que esto ocurra. No es una persona, es un modo de funcionar. Hace poco tiempo me enteré de que un amigo muy querido mío tuvo comportamientos de este tipo con una de mis personas más queridas en el mundo y en mis narices. Le tomó años contarme. Y me dolió muchísimo el enterarme y no haberla protegido y también me dolió mucho el desterrar a esa persona de mi vida, al no tener forma de generar una conversación constructiva. 

Y también he visto a hombres poner la cara y asumirse y verse al espejo y encontrar al monstruo y conversar con él. Sé que nace del dolor, porque he visto muy de cerca ese proceso. Sé que el amor puede sanar estas heridas, pero primero hay que verlas, abordarlas, llorarlas. Puede ser más de una cosa, puede no ser en blanco y negro: es posible generar rechazo y a la vez reconocer que nos duele que esto ocurra con personas que queremos, con varones a quienes admiramos, a quienes amamos, en quienes confiábamos y en quienes podemos volver a confiar. 

Para terminar, me gustaría decir que detrás de mi 'Si tú supieras...', hay un gran 'si nosotras supiéramos...' que no nos han contado.... es uno de los grandes colaterales del funcionamiento de este sistema, porque les cuesta mucho verse a los chicos y a nosotras estar dispuestas a escuchar. Sabemos poco de su dolor, de la forma como han pasado por este planeta y no me parece poco importante este vacío. Hay muchos que ya están procurando hacer el ejercicio, poco a poco. Gracias por ser tan valientes.

En últimas, sí se trata de humanos hablando con humanos, de historias parecidas y también diferentes. Mi invitación es a que nos importe, que esto sea menos de tener la razón, de quién grita más duro, y más de sanar como humanidad. Sé que no podemos culparnos por el pecado de Adán, pero sí podemos responder por ello hoy, como respondemos por las embarradas de los bancos y por el calentamiento global: somos los hijos que se hacen cargo del mundo que les dejaron sus padres. Podemos hacerlo más amoroso, que la conversación sea al lado, juntos. Para mí, allí está la respuesta. 

PD: Sigan quemando las calles chicas, y los monumentos y las banderas. En ese enojo también hay poder. Para que algún día podamos sentarnos de verdad a hablar de corazón a corazón.

miércoles, 8 de enero de 2020

El corazón abierto


Mi personaje favorito de toda la vida ha sido Sailor Moon🌙. Me he visto un par de veces la serie completa y más de tres la última temporada, que es mi favorita. Mi relación con la serie ha tenido amores y disgustos, me he identificado más o menos con diferentes personajes, pero siempre termino concluyendo que el más lindo de todos es Usagi (Sailor Moon) y ahora últimamente con más fuerza. Pienso que hubo razones de peso para que ese fuera mi punto de admiración.

Ahora que estoy más grande y que sigo sintiendo esa conexión con los contenidos que plantea la serie, me parece lindo reflexionar y también sentir por qué permanece eso allí y qué tiene para enseñarme cada vez que vuelvo a verla. 

Y hoy, que siento mucho dolor en mi corazón debido a unas decisiones que tuve que tomar, creo que es porque Sailor Moon se trata fundamentalmente del amor. De todo el amor. Usagi es el personaje que es, porque es un personaje que siempre parte de allí. Es una chica torpe, perezosa, desconcentrada, desaplicada en el estudio, un poco quejetas... pero al final del día siempre confía en ella misma y confía, sobre todas las cosas, en el amor de su corazón. Sabe que ese es su centro de poder, el lugar desde el que puede aceptar a las demás personas: tanto a sus personas queridas, como a sus enemigos y aquellas que fluctúan a lo largo de las historias. 

Y nunca lo piensa, simplemente ella es así. Usagi nos presenta un ser que no funciona desde la racionalidad, sino desde la emoción, desde el afecto, de la manera más honesta posible. Sabe que es vulnerable y permite que le cuiden y también sabe que es fuerte, pero no para impedir que las cosas le ocurran, no desde el bloqueo, la frialdad o el muro, sino para permitir que la habiten y, desde ese amor, transformarlas.

Mi temporada favorita es la última por dos razones grandes: la primera es porque aparece uno de mis amores infinitos: Seiya - Sailor Star Fighter, quien nos permite ver más claramente quién es Usagi. Comparte con ella desde la amistad y le regala el también descubrirse sin estar en pareja, sin Mamoru - Tuxedo Mask, quien está ausente prácticamente todo el tiempo. Esa amistad le muestra a Usagi que puede seguir siendo el ser de amor que es y retarse en muchos sentidos sin tener al chico al lado. Por supuesto Seiya termina perdidamente enamorado de Usagi, no había posibilidad de que no fuera así, es demasiado linda... Pero incluso en la falta de correspondencia del sentimiento en que acaba la historia, es dulce el intercambio y ella lo siente profundamente.



La otra razón, es por el villano al que se enfrentan: el caos. El caos que ha tomado posesión de la guerrera más poderosa del universo, quien en un acto de profunda ingenuidad creyó que podría contenerlo ella sola en su cuerpo. Sailor Galaxia le ocasiona muchos dolores a las chicas durante algunos episodios hasta que se enfrenta con Usagi, quien tiene la instrucción de acabar con la vida de la guerrera para poder evitar que el caos siga haciendo de las suyas. Pero... ella no hace caso a lo que le es dicho, sino que lleva la reflexión más allá y abre completamente el corazón para poder llegar al de Galaxia, dolor incluido y todo. Y la alcanza 💕 🌟.

El final es así como para enmarcar en un pedestal de la inteligencia emocional: Galaxia le pregunta y ahora qué van a hacer con el caos... a lo que Usagi responde con total tranquilidad: 'Lo enviamos a donde pertenece: a los corazones de las personas en todo el universo, donde también alumbra la luz de la esperanza💕'. Y, al tiempo, Galaxia se encarga de reparar el daño que ha hecho por años en todas partes. No hay miedo en volver a empezar, ni juicios.


Cuando escribo esto, me vuelve a parecer increíble cómo un mensaje tan poderoso se puede dar de forma tan sencilla. Es el amor. Ya está. La respuesta a todo, al dolor, a la confusión, a la sensación de separación... es el amor. Es mantener abierto el corazón. Pensé por unos días que el corazón de Usagi era tan fuerte que nada podía dañarlo, pero ahora me doy cuenta de que la fortaleza y la razón por la que nada puede con ella es porque es vulnerable, porque se permite que le afecten las cosas, que le duelan, deja que esa experiencia externa la atraviese y la transforme (por eso siempre está cambiando de cetro y de poder).

Siento que quiero que mi camino vaya por allí. Abrir el corazón y mantenerlo así, fluir, sentir, ser vulnerable. Amar, doler, sentir la alegría y el miedo. Muy posiblemente desde allí la experiencia sea distinta, más amplia, más plena, más presente. Es retador en este mundo que nos enseña que la fortaleza es rigidez y cierre, eso fue lo que yo aprendí desde siempre. Pero tal vez sea lindo darnos la oportunidad de verlo diferente, de sentirlo diferente, de poner un poco de perspectiva.

Esa es mi reflexión y gratitud con mi amada serie. Estos dolores es importante permitirlos para que nos transformen y nos den un nuevo súper poder. Gracias hoy por el dolor que siento, porque además creo que es de los más dulces que he sentido en toda mi vida y sé que me está transformando. Gracias por el amor, por que es siempre la respuesta a todo. Gracias porque la divinidad tiene infinitos lenguajes que usa para hacernos saber sus mensajes <3

y... como dirían en mi otra serie súper favorita... love, like art, must always be free <3