jueves, 3 de noviembre de 2022

Diana escribe: Un buen perro

Se llamaba Azafrán. De eso estaba seguro. Ella le decía así, en tonos suaves y también fuertes y algunos que sonaban decepcionados cuando no lograba esperar a que le abrieran la puerta y dejaba salir su orina allí, en frente de ellos.

Era un perro. También sabía eso porque su Ella pequeña le decía así: perrito. Y le ponía una cinta morada con la que lo llevaba de un extremo al otro de la casa, enseñando a los demás lo mucho que podía lograr que le hiciera caso. Le encantaba imaginar con ella los paseos y aventuras que ocurrían en esos pocos pasos, era fácil ver lo que ella veía y esa risa suavecita que tenía le resultaba musical. A la habitación de ella nunca entraba, no estaba muy claro por qué, pero sospechaba que tenía algo que ver con que había muchos objetos pequeños que le parecían llamativos: los quería morder, y eso a ellos no les gustaba.

Y había sido el pequeño de esa casa, de su familia. Lo sabía desde que llegó cuando le empezaron a contar su nombre: Azafrán, ven acá. Azafrán, no te bajes de la banqueta. Azafrán, ve corriendo a hacer pis. Azafrán no te comas eso! Y lo sabía porque Él le decía bebé, y le consentía la trompita y no lo dejaba subir a la cama.

Eran su familia. Ella, la Ella pequeña y Él. Les quería mucho. Le gustaba hacerles compañía, correr con ellos, saltar. No le gustaba cuando se iban, le daba miedo no volverles a ver. Eran sus humanos, los que lo habían elegido ese día cuando estaba solito en aquel parque. 

Pero, una tarde, ellos ya no estuvieron más. Él lo llevó y lo dejó con una ella, un poco más grande que su pequeña y ya no los volvió a ver. Eso había sido como un hueco en su corazón que no sabía dónde poner. Ladró durante muchos días y también gimió, pero no hubo respuesta. Sentía sus caricias y recordaba las tardes de tomar el sol y de bailar en dos patas. Sí que le gustaba eso, ella reía mucho y cantaba y se veía feliz. Él era un perro muy feliz. 

Pero ahora eso ya no estaba más. El pelo le creció y de todos modos sentía frío. Había sentido ese amor, esa familia, ya nunca sería lo mismo. Le había quedado una pata difícil de doblar y cuando la temperatura bajaba, le dolía un poco, siempre procuraba cuidarla bien.

Una mañana, logró escapar de casa y fue a buscarlos. Caminó por muy largo tiempo, entre campos y calles humanas llenas de ruido. Había personas amables que le daban agua y comida; y otras no tanto que le gritaban para que se alejara. Sintió miedo, pero no se detuvo. Siguió andando, durante muchas puestas de sol. Pero no pudo encontrarles. Y el vacío en su corazón se siguió sintiendo con tanta fuerza, que se volvió de hielo. Y así ya no lo sintió tanto.

Una tarde, estaba caminando por un prado amplio, cerca de unas casas pequeñas, de colores blancos y verdes. Había flores cerca de las casas. Le gustaban las flores, como también le gustaban a Ella. Así que decidió ir a descansar un poco entre su aroma. Había mujeres vestidas de blanco y personas que caminaban solitarias, en silencio. Se veían tristes, se parecían un poco a él, estaban solos. 

Un hombre, delgado, con poco pelo y voz suave, le llamó para que se acercara. Lo miró con dulzura y le recordó un poco la mirada triste de Él, así que aceptó la invitación y con su cabeza baja y lentamente, permitió que lo tocase. Amaba las caricias, las sentía desde su pelo hasta la piel y le reconfortaban enormemente. Era lo que más le gustaba de aquellos humanos que se le acercaban con amor: que lo acariciaran un rato. 

Las mujeres de blanco vieron la escena y se alegraron, y le pidieron al humano que lo llevara consigo. Al parecer, el corazón de ese humano no estaba bien, igual que el suyo, así que se podrían hacer compañía. Fue un gran alivio, sentir que podía pertenecer a un nuevo lugar. 

Era claro que nunca iba a ser como fue en ese tiempo. La risa de la Ella pequeña no volvería a estar, ni sus paseos por la casa. El baile y las tardes de sol, no se iban a repetir. Tampoco esas formas tan suyas de llamarlo: Azafrán, Bichinho, bebé perro. Pero sintió calidez y eso empezó poco a poco a derretir ese hielo que sentía en el agujero en su corazón.

Una mañana, la última gota del hielo se volvió vapor y pudo respirarla como calor. De repente, el agujero ya no estuvo allí. Se había ido cerrando con el amor y el cuidado de ese humano amable y apacible; y de las personas que estaban con él. Lo llamaron de nuevas formas dulces, lo alimentaron y su pelo se volvió a sentir cálido. Poco a poco, dejó de extrañarles y sintió que era un perro feliz de nuevo. Sentía la textura del pasto, cálida al medio día en su paseo. La frescura del agua que le dejaban en varias partes de la casa. La risa de las mujeres de blanco cuando él quería llamar su atención con algunas vueltas. La suavidad con la que el nuevo humano le ponía la mano en la cabeza y se quedaba dormido. La vida era buena otra vez.



Nunca les olvidaría. Lo sabía muy bien. Soñaba con zorros de cuando en vez. Uno blanco pequeño y otro rojo, el grande. Un gato lo visitaba también en algunas aventuras. Tal vez nunca entendiera por qué no les volvió a ver, pero podía sentir algo de esa presencia en esos zorros y en ese gato pequeño. Era como si Ellas estuvieran allí y Él también. Y, además, el zorro grande siempre le susurraba: Azafrancito, un día nos volveremos a ver. Le gustaba escuchar eso. Ojalá que sí. Ojalá que sí. Y volvían a bailar, en dos patas.

sábado, 10 de septiembre de 2022

Decir adiós es crecer

Hace poco tiempo dije adiós a mi historia de amor, amistad y complicidad más importante de los últimos cuatro años. Elegí tomar un rumbo distinto, hacer un cambio y esto fue el punto clave, ya que para mí esto del amor es central y me juego mucho allí. 


Ha sido con seguridad una de las decisiones más difíciles que he tomado recientemente y me encuentro hoy atravesando esta montaña rusa del cambio, del duelo. Porque si bien esta persona sigue viva (y espero rodeada de amor y muchas cosas lindas), murió una fase de ese encuentro entre nosotros y con ello una parte de mí. Es un adiós. No le veo desde entonces, sé muy poco de él y por supuesto que está el echar de menos, el pensar seguido en cómo le va, el enviar 'amor y luz' cada vez, como decía Liz en Comer, rezar, amar. Se fue un momento de la vida, pues. 




Pero más allá de eso, siento que esta entrada es útil porque les confieso que es la primera vez que atravieso un momento así con tanta presencia para mí. Y al hablarlo con una de mis mejores amigas, me pareció curioso el observar todo lo que implica saltar de estar con alguien: en el reto de aceptarle, de adaptarse a ese ser, de compartir lenguajes y rutinas... a estar conmigo. Hay mucho espacio, energía, silencios para observar, para modificar, para sentir.

Y también me conecta con el último duelo que tuve previo a este, que fue uno de los más largos, difíciles, dolorosos de mi vida. Muy distinto a este. En aquella vez me evadí tantísimo que me atasqué allí durante años y hoy incluso vienen elementos pendientes de allí a acompañarme en un duelo que ya no tiene qué ver con esa persona. En aquella ocasión sentí que no había terminado de vivir esa experiencia, me resistí a aceptar esa realidad y añoré que cambiara por mucho rato (hasta que el chico tuvo que sentarme en un café del centro de la ciudad para decirme que no iba nunca más). Parte de esa experiencia fue refugiarme mucho en el alcohol, en la fiesta, en distracciones que me ayudaran a no sentir todo lo que me estaba pasando en ese momento. Quise actuar desde el 'no me importa', 'estoy divinamente' y empujar dentro el dolor para que no se viera. Y saben? Siento que perdí una oportunidad allí. Me perdí de sentir el dolor y percibir qué pasaba con Diana, por estar pensando en... Darwin y en quién o qué iba a llenar ese espacio que él dejaba.

Dada esa experiencia, en esta ocasión he estado muy atenta a mis intentos de evasión y he observado en dos direcciones. 

Una, afuera. Cómo comprender estos momentos de duelo nos cuesta como colectivo. Cómo la tristeza es algo de lo que queremos salir rápidamente, alegrar al otro, decirle que todo está bien, que 'no pasa nada'. Naturalmente vibramos más fácil con las risas, el juego, la actitud extrovertida. Y poco con la calma, el silencio y la introversión. He recibido muchos comentarios en torno a: no le des tanta importancia... se trata de un fantasma... hay que moverse de allí...anímate... entre otros, que comprendo su intención amorosa de dar ánimo y recordarme que esto va a pasar eventualmente. El riesgo que corremos con eso es que se nuble la importancia de vivir esto también, en plenitud y con atención, sin procurar esquivarlo, permitirle desvanecerse con dulzura y en su propio tiempo. Y a mí me cuesta darme mi tiempo, así que eso ha sido un reto clarísimo en estos días. Me recuerda esto un poco a 'Intensamente' cuando a todos les cae mal tristeza por agua fiestas, pero a la vez sin ella, sin permitirnos sentirla, nos desconectamos de todo lo demás. Me encuentro en ese balance entre seguir la vida, y apreciar su belleza y su alegría, mientras habito esta tristeza con intensidad, con atención, muy vivamente también.

Y en lo interno, han llegado a mí comprensiones nuevas sobre todos esos consejos de 'no te vayas a una nueva relación' ... 'date un tiempo para estar sola'... y un largo etcétera, que en últimas nos hablan de que finalmente siempre se trata de nuestro proceso personal, de cómo nos sentimos internamente y que si estamos con muchos estímulos afuera, es complejo poder sentir lo que está pasando adentro. Y un momento de pérdida, sea cual sea, es un momento muy importante en la vida que merece nuestra atención. 

Para mí estos ratos siempre han sido de gran transformación. No hay otro espacio como ese para explorar profundamente nuestro ser, nuestras historias, nuestra profunda vulnerabilidad. Siento que es como la otra cara del amor: en el encuentro podemos ser vulnerables y aprender de nosotros en ese abrirnos... en el desencuentro, el adiós, también somos totalmente vulnerables y aprendemos de esa soledad. El corazón abierto es el mismo corazón 'roto', solo que con más florecitas, pero al fin y al cabo, se abre el corazón en estos lugares del amar.

Así que, así me siento hoy: poniendo atención a qué pasa con Diana. Qué siento, cómo se siente el dolor de esta pérdida, de esta distancia, de este cambio en mis rutinas y mi vida. Cómo se siente el miedo que me da estar sola, la duda de si voy a volver a amar algún día (drama total y me encanta). Cómo se siente ser feliz en medio de silencios, de espacios para mí, de estar bajo mis cobijas con nadie más que conmigo y ese suspiro de 'aquí es' que sale directo de mi útero. Encontrar ese espacio que he buscado tan desesperadamente afuera... acá, adentro. Y cómo se siente sentirme triste, sumergirme en esa emoción y atravesarla, con presencia y decisión. 

Es una conversación constante, en la que me pregunto por momentos qué estará haciendo, con quién estará, si me piensa, si le ha dolido esto... y luego la voz que me invita a cambiar de tema, a enfocarme en las nuevas ideas, oportunidades y proyectos que han surgido en medio de toda esta energía que me quedó disponible para crear mi vida de maneras diferentes. La voz que se victimiza y que siente que no fue suficiente y que nunca iba a serlo y aquella que empieza a volverse más fuerte y que me recuerda que sí, que estuvo bien lo vivido, que amé con lo que pude y con la mejor versión disponible de mí y que con eso puedo sentirme tranquila. Que no hay abandono cuando ya somos adultes, que esto de estar con alguien se trata de compartir todo lo que podemos y mientras podemos y que está bien si nos vamos cuando algo ya nos nos viene bien.

La curva del duelo me acompaña diariamente. Paso de negociar conmigo cómo no estar en este proceso, a sentir mucha rabia conmigo, con la persona, con la vida... a la tristeza profunda que me invade el cuerpo y libera a través del agua en forma de lágrimas, de sudor, de mocos que van purificando mi ser y ayudándome a transitar a nuevos escenarios, que no sé aún cuáles son y que a la vez se perfilan en nuevas amistades, momentos, experiencias, libros, música...

Y siento la delicia de estar tan presente. Este tiempo he sentido que esto de habitar aquí y ahora no se trata de estar siempre felices, sino de entregarnos a lo que está pasando completamente, sea lo que eso sea y aún así seguir gozando de la experiencia de vivir. Me alegra este momento de la no-evasión, de la no-huida, de elegirme y quedarme conmigo. En últimas de esto se trata y es una tarea muy importante para mí en mi vida. Y lo comparto porque lo siento mucho en todo mi ser y cuando algo se vive así, merece salir a la luz.

Las emociones son nuestras aliadas. No hay malo ni bueno en esto. La rabia ayuda a sostener y poco a poco se transforma en poder. Nos enseña sobre los límites: hasta dónde vamos y qué permitimos (y que NO). Y la tristeza nos cuenta sobre los ciclos de la vida, sobre la muerte, sobre la renovación y cómo se siente pasar de la primavera al verano, al otoño, al invierno... y nuevamente a que surja la alegría genuina, nueva, renovada, nutrida por las experiencias para que nuestra capacidad de apreciar se expanda. La negación permite conversaciones internas para que con atención podamos revisar lo que nos decimos, las historias que nos contamos y así elegir de nuevo y dejar lo que queremos y marchar lo que no.
 
Las experiencias recientes me han mostrado que atravesar la tristeza es importante, que dar ese espacio para sentir, aunque sea incómodo, abrumador, doloroso, es clave. Porque si podemos sentir, podemos soltar. Porque se trata de un atravesar, no un quedarse a vivir. Fluimos como las lágrimas y así no nos estancamos y estos momentos nos pueden nutrir y ayudar a expandirnos y aprendemos que la vida es bella también cuando no es todo brillo y corazones.

Confieso que también elegí tomar esta decisión antes de entrar a los días pre cumpleaños. Quería aprovechar este mes y medio de depuración para comerme esta experiencia completa, por primera vez! Agradezco infinito mi sensibilidad, mi drama, mi show (que incluye esta entrada) como parte de la posibilidad de experimentar esto hasta el fondo. Hoy siento que es un super poder y me entrego a esto con fe. Así es como aprendo a morir y a renacer 💖😌🌸🌼

P.D: Unas palabras de gratitud en el último día del año de esa persona: Gracias cariño, por tanto, incluido este momento. Gracias por toda la transformación que significaste en mí, no cambiaría una hora de lo que vivimos. Que los dioses te protejan donde vayas 🌻 

lunes, 23 de mayo de 2022

Maternar

 Hoy me encontré esta publicación de @lamalamamapodcast, una persona a quien sigo y admiro porque me da ánimo en mi ser mamá, y me resonó mucho, he aquí el tweet que retomaba:



Muchas personas que me conocen, saben que fui mamá muy joven, a los 18 años, cuando aún no había terminado la universidad. Y es interesante que apenas me doy cuenta de que no he escrito sobre esto antes acá! Ese fue un momento fuerte, retador. Quedé embarazada por accidente, no tenía un carajo de herramientas para saber cómo iba a ser la vida, pero estaba clara en mi decisión y así di el paso que trajo a mi bellísima V al mundo.

Y fue muy claro en ese momento y durante muchos años que ese mensaje de 'qué terrible la vida así, ya no vas a poder hacer nada de lo que querías...' estaba encima mío, tan poderosamente que hice mi mantra personal el que iba a abrir camino para que otras mamás jóvenes (y solteras...) pudieran ver que es posible otro camino, uno feliz, que la vida no terminó sino que apenas se abrió a nuevas posibilidades.

El estigma sobre la maternidad es real. Yo lo siento como parte de esta cultura tanática de la que ya había hablado en otro post y por eso decidí retomar esta reflexión: que la vida es maravillosa, que maternar puede ser algo hermoso, gratificante, que impulsa e inspira. Creo que nuestra doble moral nos lleva a celebrar días de la madre súper ruidosos en el que decimos que nuestra mamá es lo mejor del mundo pero dios no permita que terminemos como ella... O como la que se 'amarró' la vida por tener hijos o hijas. 

El peso de esos rótulos es enorme y tiene muchísimas implicaciones. Inspira miedos internos que nos apartan de intentar cumplir esos sueños que igual teníamos antes del "terrible" episodio de quedar en embarazo. Y eso se siente feo, frustra. Se siente como un grillete en el pie y nos nubla la visión. Está muy bien también quedarse con les hijites un tiempo largo y mimarles y abrazarles y besarles todo el día y eso no es un fracaso, es solamente una forma distinta de la felicidad, distinta de eso que nos habían dicho que era el éxito... es algo mucho más simple, es el arrunchis, y el tetero y el pañal. Y también es el trasnocho, por supuesto, pero ¿por qué eso es malo? ¿No ponemos posts súper efusivos sobre los muchos trasnochos que dedicamos a proyectos más relacionados con lo profesional y que eso es algo muy valioso y que agrega mucho valor al momento en que se consigue la meta?

Pues bueno, yo siento eso cuando miro al crío, que es tan bella, inteligente y dulce y por la que pasé ni dos ni tres noches sin dormir, jajaja. Es el resultado de esa maravilla de esos primeros años de tantos retos.

Y también pesa sobre les hijes, porque les hace sentir indignes, como que son una carga para sus madres y eso cuestiona sus existencias y facilita procesos de dolor interno que no son nada fáciles de vivir. Les convence, con otro montón de mensajes que a la humanidad le encanta esparcir en su falta de amor propio, de que están dañados y habría sido mejor que no existieran. Y nada más lejos de la realidad, sobre todo cuando la maternidad ha sido deseada, incluso cuando no ocurrió cuando a la sociedad le parecía que tenía que ocurrir o no surgió de un largo proceso de planeación (que está muy bien también, claramente).

Entonces esta reflexión es una invitación a que nos demos cuenta que sin estos rótulos el camino sería más liviano y mejor para la humanidad entera y de manera específica para estas mamás y bebés y para los padres, para ver en este caminar algo gustoso, feliz, con mil posibilidades.

La vida me ha rodeado de mamás así, exitosas, felices, amorosísimas y valientes (esto terminó siendo un feliz día de las madres atrasado) que me inspiran diariamente y me muestran que esto es una vida que se puede disfrutar muchísimo. Muchas personas que me conocen saben que la maternidad es una de mis facetas favoritas y que he cumplido los sueños de la mano de esa pequeña que me dio tanto miedo cuando llegó (y me sigue dando 😜, jajajaja) y que tantas alegrías enoooormes (rollo patronus💥) me ha traído.

Y también me rodeó de personas maravillosas que me mostraron que el mantra de vida podía ser una realidad. Tuve una amiga bellísima que estuvo pendiente de que mi carrera pudiera continuar, y amigas que me acompañaron a terminar el último tramo de la universidad con mirada amorosa y de apoyo, que no me echaron de su círculo porque mi vida había cambiado. Y luego en México tuve profesores que me permitieron asistir a clases con la niña y le dieron solamente dulzura (emocional y literal en dulces) mientras Sebas llegaba para acompañarme y poder hacer mis estudios de maestría - ese compañero amoroso del que he hablado tantas veces acá que me hizo mil veces más fácil la vida con su amor por mí y por la niña y que sin ser el papá biológico me ayudó a criarla. Y también tuve fiestas y diversión con mi amado círculo de amistades mexicanas porque lo que recibía a V cada vez eran sonrisas y disposición y películas y una red de gente que nos permitió vivir una experiencia plena de ser mamá e hija en un país que terminó por volverse nuestra casa. 

Así mismo en los trabajos encontré el apoyo y la bondad de mis jefes y compañeros de trabajo que tuvieron una disposición enorme a comprender el momento en que debía salir corriendo y que incluyeron a Victoria en el mapa 'Diana' no como un problema sino como un plus y una inspiración. Como algo lindo y que merecía y merece ser cuidado, celebrado. ¿Qué fortuna, no? Me siento enormemente agradecida, y a la vez también pienso que así podría ser para todas. Que ese es un sueño de mi corazón: la vida celebrada, acogida.

Los estigmas los construimos y destruimos y rehacemos entre todes. La vida es bella amigos y amigas y la vida llega a través de esa experiencia de maternar. No solamente hijes, claro está, proyectos y sueños y aventuras también. Y si nuestra actitud interna es más abierta y dulce a estas experiencias, pues imaginen toda la belleza que podemos crear y todo el placer de vivir que podemos potenciar. Las mujeres encontrarían más apoyo que resistencias al abrir camino como mamás y en mi opinión personal eso haría que todo fuera mejor (pero esa es otra conversación).

Yo celebro esas maternidades planeadas, dadas en el marco de lo que se espera y que producen unas familias divinas que me encanta ver, celebrar, compartir! El caso es que ese no es el único escenario y ser mamá siempre es retador (también en el cuento de hadas). En esa diversidad está la belleza, lo que nos entrega seres humanos muy diferentes y que tienen su propio sabor para traer al mundo. Qué chévere que nos podamos abrir cada vez más a acoger todas las opciones y abrazarlas y llenarlas del amor que la vida merece 💟

Este post es para mi hija amada, que me ha dado la felicidad de vivir una maternidad deseada, plena, llena de dicha. Te amo bebé! 

Y también es para todas esas mujeres que hoy viven el estigma... chicas, se puede, las abrazo y les envío todo el amor de mi corazón 💓





jueves, 13 de enero de 2022

Mi nota feminista del mes: La puta

Decía mi amado zorro del principito, que el lenguaje es fuente de malos entendidos. Y lo decía en el contexto del amarse con alguien, de querer compartirse y conocerse.

Hace un par de días hablé con una de mis personas amadas y me recordó esto en torno al arquetipo de La Puta, que, para quienes venimos explorando nuestra relación con lo femenino y resignificando lo que milenios de patriarcado han hecho, es un arquetipo muy interesante y fuente de mucho poder. La conversación me llevó a conectar con la culpa, con el no ser suficientemente buena, bien portada, acorde con las expectativas... para ser amada. Me trajo también una frase de Anaís Nin (otra puta) que me gusta mucho: 


Me movió. Me gustan estos movimientos. La rendición es un espacio en el cual aprendemos infinitamente. O así ha sido para mí... Hoy es así, escribo desde allí. 

Y entonces decidí retomar la conversación que tenía conmigo misma en la época en la que el lenguaje fue fuente de malos entendidos con mi persona querida. Debo decir que fue un momento particularmente atribulado, damas y caballeros. Hacía todo lo posible por conectar con la gratitud entonces, pero fue por esos días en que estuve en el borde de la navaja entre la vida y la muerte y todo mi entorno conmigo. Siento, ahora que lo pienso, que La Puta me dio vida, me dio coraje para seguir, cuando sentí que ya no podía más. Y por eso quiero compartir un poco sobre este arquetipo, para quien le pueda servir.

Desde el punto de vista de la espiritualidad, el arquetipo de la prostituta se asocia a los chakras básicos: el 1 y el 2. Sí, damas y caballeros, que con qué se come eso... Pues, los chakras son centros energéticos que tenemos en nuestro cuerpo y el 1 y el 2 tienen que ver con nuestros miedos y nuestra vergüenza, nos ayuda a trabajar con esto. Y también con nuestra conexión con la vida: la supervivencia, el enraizamiento que tengamos, nuestra sensación de pertenencia y nuestra apertura al placer, por supuesto. Y al dolor, también, son caras de la misma moneda. El chakra 2 nos habla además también de la conexión con las demás personas, de nuestras relaciones.

Como una aclaración que pareciera innecesaria, pero no lo es, este arquetipo tiene poco que ver con dedicarnos a ejercer la prostitución como negocio sexual o con ir a acostarse con muchas personas. No es tampoco una invitación, como si fuéramos personas disponibles para cualquiera, a que violenten nuestros límites. Y hago esta aclaración porque desde la imaginación que viene de nuestra formación patriarcal y desde el miedo que ha insertado en nosotres, la puta asusta tantísimo, esa idea de una mujer completamente liberada, que surgen tres caminos imaginarios posibles: o la mujer carece de valor porque va por ahí acostándose con todo lo que se le pase por delante (en la imaginación de quien tiene miedo); o esa mujer está disponible para cualquiera que quiera o le den ganas (y ya hemos visto las consecuencias de esto: violaciones, abusos, acosos); o esa mujer es demasiado libre, imposible de asir, imposible de amar. Esto desde una mirada más bien desde el otre. 

Y tiene su extrapolación a la mirada interna: no valgo porque mi cuerpo me define y al tener contacto sexual, me desvalorizo; no sé poner límites y permito entrar a personas que realmente no quiero; soy libre y por ello estaré sola siempre. Fuerte, no?

Esta imagen nos ayuda a comprender por qué es un arquetipo tan importante de integrar. Porque hay demasiado tabú sobre ella, sobre el placer, sobre el disfrute. La libertad se confunde con libertinaje. Nos vemos como animalitos sin autodominio (a veces lo somos), que una vez que podamos ir a hacer lo que nos dé la gana, entonces comeremos en exceso, beberemos en exceso, follaremos en exceso, haremos todo en exceso y acabaremos con la vida. Pero eso no es la libertad, no es desde ahí que hablamos de la Puta como arquetipo, todo lo contrario. Es la libertad que se logra en encontrar los propios límites y la propia provisión de amor, que nos evite ir a buscarlo donde no está: afuera.

Abrazar este arquetipo puede ser de una gran ayuda cuando estamos buscándonos y permite que identifiquemos los propios límites, que pueden cambiar, como cambia la vida: vamos creciendo, lloramos, reímos, nos movemos. Es una invitación a actuar desde la integridad: ¿hago esto para ganar algo? ¿comprometo mi sentir y aquello en lo que creo si sigo por este camino? Es muy profunda y amorosa, nos ayuda a ir por donde nuestro corazón nos indica, con valor. Y el corazón es mesurado en el daño y expansivo en su entrega.

También nos cuestiona sobre la honestidad. ¿Qué tanta disposición tengo de ser honesta conmigo misma y con les otres? ¿Qué tanto manipulo para obtener lo que quiero?

Y claro, nos invita a construir una autoestima profunda, que pueda librarse de esas obligaciones autoimpuestas en las que vivimos. La tarea de toda la vida, pues.

Entonces, retomando mi relato, en aquella época reivindiqué con mis palabras este arquetipo porque necesitaba aprenderlo y aprehenderlo, pero no se trataba de tratarme como una prostituta en ejercicio de su profesión (que bueno, también son unas bellas), sino que estaba buscando ese centro, ese lugar seguro interno, que me ha implicado muchas excavaciones, mucho trabajo, mucho indagar y mucho amor y paciencia y por el que volvería a dar la vida, como la he dado. Hoy, este centro me sostiene en medio de la propia redención que estoy buscando conmigo misma, cuando siento que el corazón está muy roto y que no puedo más. Y no puede venir de la niña buena ese perdón, claramente, porque para ella nunca nada es suficiente, igual que para la madre que tampoco conoce límites. Solamente es posible apelar a la humana, a la que se equivoca, a la que la ha cagado y vuelto a cagar; a la que ha perdido en su vida: experiencias, personas, lugares... Solamente ella podría comprenderme y mirarme con la suficiente compasión.

Finalmente, de qué se trata el respeto, sino de honrarnos internamente y les unes a les otres? Y es así, primero adentro y luego fuera: amar al prójimo como a mí misma. Siento muy lindo al recordar este arquetipo, una vez más lo reivindico, con algunas salvedades que ojalá ayuden a una mejor comprensión de lo que se trata esto. El amor es algo tan grande, tan inmenso y así mismo es el miedo, que nos lleva por caminos de idealizaciones y satanizaciones muy poderosas. Historias de amor han costado estos malentendidos y eso no es poco, es un altísimo precio a pagar. 

Terminé el día de reflexión con una frase mientras subía las escaleras de mi casa y pensaba en las personas que dicen mentiras, que actúan de formas que me parecen deshonestas: yo no soy mamá o papá de ninguna persona (más que de mi propia hija, pero eso es diferente) ni estudié para juez ni soy en ningún sentido superior a nadie como para emitir juicios sobre quién hace qué (con la hija tampoco, pues). Estamos en el camino, siempre, haciendo lo mejor que podemos. Hoy es más bonito que otros días más feos y luego el ciclo cambia y lo feo se vuelve bonito. Somos un pequeño bichito tratando de hacer vida y crear cosas maravillosas, en la mejor manera en que sabemos cómo, ensayo y error...

Les deseo lindos y amorosos días :)