martes, 30 de junio de 2020

Al lado

La semana pasada fue una dolorosa para Colombia. Supimos que nuestro director de cine emblemático, aparentemente cometió actos de acoso y abuso sexual en contra de una serie de mujeres que se animaron a contar su historia, con el ánimo de incentivar un alto en este tipo de prácticas, por parte de Ciro y también en el medio audiovisual en general. Y además, como si esto ya no fuera suficiente, una niña indígena fue violada por siete militares. Yo sentí profundamente estas noticias, de muchas maneras, y tuve la ocasión de conversar con varios varones y algunas mujeres sobre el tema y sus percepciones al respecto. No es un tema fácil, siempre he pensado que en estas discusiones sobre la violencia de género, es donde más claramente ponemos el pellejo en el asador, es donde se juegan nuestro miedos y vacíos y violencias más profundas.

Una de las conversaciones que tuve y la que más ruido me hizo, fue con una persona que me comentó que debíamos dejar de lado la discusión sobre las diferencias de género y de las afectaciones que eso tiene en nuestras vidas humanas. Que no podíamos hablar de los hombres como todos unos infelices y que no se podía cobrar esta violencia estructural de manera individual a cada uno de ellos. Y estoy de acuerdo, hasta cierto punto. Sin embargo, le comenté en ese momento que el negar la realidad de la desigualdad y la violencia que existe hoy en día entre hombres y mujeres, resulta una revictimización en muchos sentidos y no contribuye a que generemos estrategias de cambio. Pero también y más claramente, me dolió a mí, a Diana y a todas las mujeres que traigo en mí.

Este hombre me comentaba sobre su molestia frente a lo que hemos llamado radicalización de algunos colectivos femeninos, en los que se señala a los varones como un todo en un sentido violento, que se les cataloga como violadores, violentos, abusivos, de manera general. Estas expresiones hacen parte del profundo enojo que tenemos las mujeres frente a siglos de patriarcado que hoy por fortuna, pese a que persiste esa violencia, podemos empezar a expresar, que no es poco. Sin embargo, entiendo la molestia, lo he conversado con otros amigos y siento la misma angustia, y queridos, no se me olvida la reflexión y la auto observación en ese sentido.

Pero mi pregunta para esta persona, para este hombre, que es además una de las personas que más he querido y respetado en mi vida, era si no vendría mejor preguntarnos por qué estamos tan bravas. De dónde viene semejante nivel de enojo, de rabia, que tenemos que llevarlo a las calles, a las paredes, a los monumentos, a las arengas y los bailes. Por qué mujeres por todo el mundo tienen tanta rabia, si los hombre no son todos unos h.... de ... ???

Y desde ahí, le planteé una cosa que vengo tratando, con dificultad, de poner en práctica en mi vida, sobre la importancia de generar estas conversaciones sobre la violencia de género y sobre nuestras diferencias en general (que son reales, para mí) al lado, y no al frente. Hace algunos años estuve tan enojada como muchas de las mujeres sobre las que cuento acá. Y se la cobré a los hombres que hubo en mi vida en ese momento, empezando por mi papá, por supuesto, pero pasando por amigos y por mi pareja y todo el que pude. Necesité ese enojo, me vino bien, me permitió transitar momentos dolorosos. Yo he vivido en carne propia este maltrato, la violencia y las huellas que deja. En mi mente pensaba al hablar con esta persona: 'Si tú supieras... si supieras de dónde viene este enojo...'. Pero tal vez no lo sabe, tal vez la mayoría de hombres no lo saben, porque están cegados en sus pequeños privilegios, ciegos al dolor de las mujeres y ciegos a su propio dolor, porque este sistema nos cobra muy caro a todos. También tenemos nuestras cegueras nosotras.

Tal vez vendría bien contar, y no como una víctima, que no soy, sino como alguien que las ha experimentado, que estas violencias dejan huellas en nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestras mentes y que el proceso de recuperarnos de eso, es largo y retador. Y no siempre tenemos las herramientas para hacerlo, entonces con frecuencia nos sentimos perdidas, culpables, confundidas. Hablar de ello ayudaría, pero cuando se hace, nos encontramos a la familia, los amigos, el Estado y la sociedad en general, dudando de creernos (o negando, de plano) que cosas tan dolorosas puedan pasar. Y no nos dejan hablar. Porque además de horrible, esto es profundamente doloroso, tanto, que preferimos decir que es mentira para no tener que lidiar con ello como sociedad, para no admitir que tenemos un problema allí. Mejor hablar de manzanas podridas, mejor de hablar de 'casos aislados'. Aún con eso, muchas tomamos la decisión de recuperarnos a nuestra manera y lo mejor que podemos. Yo no creo que ello dependa de quien agrede, sino que uno puede elegir su camino y hacer lo que sea necesario por amor a uno mismo, y dejar al otro con sus temas por resolver para que se haga cargo de ellos. Creo, con muchas mujeres, que está en nuestra potestad y es nuestro derecho ir más allá del abuso como definitorio de nuestras vidas. Y, con todo eso, no sería más lindo, más dulce para la sociedad, que en lugar de hacer mujeres fuertes a punta de recuperarse de heridas, hiciéramos mujeres fuertes porque tenemos niñas amadas, dignificadas, protegidas?

No sería mejor que en lugar de discutir cadenas perpetuas y castraciones químicas (tamaña ridiculez), habláramos de hombres amados, dignificados, reconocidos desde su infancia?

Todo esto lo digo al lado, de la mano o en un abrazo, hablando con esa persona que tanto me importa y a quien tanto respeto. Porque me importa y le respeto, porque no quiero hacer un señalamiento agresivo, aunque a veces eso también sea necesario y válido, a veces los límites hay que marcarlos con un grito. Lo digo al lado de una sociedad a la que le cuesta verse a la cara de verdad, que vivimos inventando mentiras y orgullos falsos para no hundirnos en la miseria ética en la que ya vivimos. Hay que vernos al espejo, de otro modo, esto nunca va a cambiar. Hemos avanzado mucho, pero aún falta mucho y lo que falta, existe hoy en personas que sufren, en más niñas que van a tener (o no) que recuperarse de esas heridas.

Yo no creo que haya una solución única para esto. Creo que necesitamos ver la forma como este sistema nos rompe a todos, hombres y mujeres, y la forma como de allí, de ese dolor intenso, surge la fuerza para que atrocidades como el desborde de violencia contra la niña indígena ocurran. Esto no puede hacerlo sino un ser profundamente roto y pensar en eso, también es difícil. Es algo atroz, que viene de personas que seguramente han vivido cosas atroces, y una sociedad demasiado ocupada en olvidarse de sus dolores como para prestar atención, para cuidar, para proteger. 

No creo que Ciro deba ser apedreado en el paredón, pero tampoco creo que podamos negar esto y seguir como si nada; y creo válido generar conversaciones en doble vía sobre el tema, en el que los varones puedan reconocer esas violencias, que les están muchas veces integradas, como algo incómodo, doloroso, vomitivo para nosotras. Creo que saldríamos mejor de allí que de un señalamiento unidireccional, con más aprendizajes y con el mismo nivel de rechazo que hoy produce el que esto ocurra. No es una persona, es un modo de funcionar. Hace poco tiempo me enteré de que un amigo muy querido mío tuvo comportamientos de este tipo con una de mis personas más queridas en el mundo y en mis narices. Le tomó años contarme. Y me dolió muchísimo el enterarme y no haberla protegido y también me dolió mucho el desterrar a esa persona de mi vida, al no tener forma de generar una conversación constructiva. 

Y también he visto a hombres poner la cara y asumirse y verse al espejo y encontrar al monstruo y conversar con él. Sé que nace del dolor, porque he visto muy de cerca ese proceso. Sé que el amor puede sanar estas heridas, pero primero hay que verlas, abordarlas, llorarlas. Puede ser más de una cosa, puede no ser en blanco y negro: es posible generar rechazo y a la vez reconocer que nos duele que esto ocurra con personas que queremos, con varones a quienes admiramos, a quienes amamos, en quienes confiábamos y en quienes podemos volver a confiar. 

Para terminar, me gustaría decir que detrás de mi 'Si tú supieras...', hay un gran 'si nosotras supiéramos...' que no nos han contado.... es uno de los grandes colaterales del funcionamiento de este sistema, porque les cuesta mucho verse a los chicos y a nosotras estar dispuestas a escuchar. Sabemos poco de su dolor, de la forma como han pasado por este planeta y no me parece poco importante este vacío. Hay muchos que ya están procurando hacer el ejercicio, poco a poco. Gracias por ser tan valientes.

En últimas, sí se trata de humanos hablando con humanos, de historias parecidas y también diferentes. Mi invitación es a que nos importe, que esto sea menos de tener la razón, de quién grita más duro, y más de sanar como humanidad. Sé que no podemos culparnos por el pecado de Adán, pero sí podemos responder por ello hoy, como respondemos por las embarradas de los bancos y por el calentamiento global: somos los hijos que se hacen cargo del mundo que les dejaron sus padres. Podemos hacerlo más amoroso, que la conversación sea al lado, juntos. Para mí, allí está la respuesta. 

PD: Sigan quemando las calles chicas, y los monumentos y las banderas. En ese enojo también hay poder. Para que algún día podamos sentarnos de verdad a hablar de corazón a corazón.