miércoles, 11 de octubre de 2023

Friends, first and forever (Amigos, primero y por siempre)

Me encanta escribir los títulos de las historias en inglés. Es una inspiración de la adolescencia en la que aprendí por cuenta propia ese idioma, fundamentalmente por amor a la música y después por amor a la magia, y se me quedó mucho tiempo como la lengua en la que pienso en mi cabeza. Posiblemente por eso, hoy cuando conecto emocionalmente con algún tema, el título siempre es en inglés.

El tema del día, como si fuera un noticiero, es este pensamiento que me viene últimamente sobre el amor y la importancia de abrir las infinitas posibilidades que nos ofrece. Y en especial, la reflexión sobre la amistad en el amor, que con los años se me ha vuelto algo de gran importancia, como un paso sin el que me cuesta mucho trabajo continuar hacia algo más...es el resumen del título de esta entrada: we are friends, first and forever. Tengo solamente dos relaciones que en algún momento han sido románticas y que permanecen hoy en mi vida en las que no ocurrió esto de la amistad primero, pero en ambas he tenido que volver a ese lugar, con mucha fuerza (y dolor a veces), para recordarme que estamos acá caminando de la mano, que no vinimos a vivir para nadie, que somos nuestra propia persona y que desde ahí es que podemos compartir. Y ese lugar es el más lindo de todos.

La amistad es ese lugar desde el que podemos acompañarnos y construir vínculos sin que tengamos esta camisa de fuerza del 'tiene que salir de esta manera y si no, salió mal'. Para mí es retador muy seguido, ha sido doloroso muchísimas veces, y a la vez encuentro paz en ese pensamiento y más posibilidades de construir paso a paso y dejarme sorprender. 




Muchas amistades a ratos comentan que hay que tener objetivos cuando empiezas una relación y por supuesto que los tengo, pero si no mantengo abierta la curiosidad y el corazón a quienes amo, si establezco una agenda previa de qué es lo que tiene que ocurrir, pues me pierdo de mucho. Me pierdo del amor, de las aventuras que es posible compartir, de ver a la persona realmente. 

Estos días raros de eclipses, encuentro un bálsamo en este sentir. Y vienen a mí personas que han sido grandes amores en mi vida y con algunos aún puedo disfrutar de este vínculo de amistad. Puedo compartir historias de capitales amadas, hijes adolescentes y saltos en paracaídas. Y puedo seguirles viendo brillar y recibir esa tibieza con la alegría infinita que produce ver felices a las personas que amas. Qué reconfortante es eso y qué bendición que sea así hoy, luego de tanto andar juntes.

Así que amores, primero siempre, siempre la amistad. De allí nace siempre todo lo demás y es lo que sostiene lo que va ocurriendo y será lo que nos quede cuando las drogas del amor dejen de actuar con tanta fuerza, porque la vida de verdad da muchísimas vueltas y no sabemos en dónde nos va a poner. Y si no va a más, también está bien y es un triunfo el conectar y reconocer que eso no pasa tan seguido y que las personas son maravillosas, también en los errores y las distancias y los dolores.

Y... que esta entrada sea un disclaimer, para cuando me ponga punk, o seria o no pueda honrar estas palabras escritas: esto es lo que hay debajo: el cariño, la amistad <3

P.D: Les dejo esta canción de mi amada Taylor, que me resuena mucho en el sentido que he escrito anteriormente. El tema lo sentí conectado primero que todo a Sebastián, quien es mi gran amigo-antiguo amor, quien fue la primera persona que me permitió conocer, experimentar cómo es esto de seguir andando el camino más allá de la historia romántica. Sebas me enseñó a quedarme y a ver la belleza de eso y por eso siento una infinita gratitud!

Y hoy, que seguimos trascendiendo cosas, entonces que esta canción que era para él, sea para todes quienes puedan sentirla suya, porque desde mi corazón, lo es! <3 Les amo!





lunes, 25 de septiembre de 2023

Ser. De la monstruosidad y de no querer cambiarla

 Hoy me surgió una reflexión en torno a este tema de la autoestima, que tiene tanto bombo en el mundo por estos días y más para personas como yo que hacemos cosas relacionadas con el mundo de la espiritualidad. Es complejo este tema de la autoestima en este mundo capitalista donde vivimos, que inevitablemente permea la forma como planteamos la espiritualidad y nuevamente siento que hay aproximaciones que pueden distanciarnos de la vulnerabilidad y compasión y me toca especialmente, por lo que quiero compartir esta reflexión.

La razón por la que me la paso haciendo cosas relacionadas con el tema: cursos, talleres, formaciones, cartas astrales, es porque esta herida en mí ha sido desde siempre un reto enorme. Poder encontrar un lugar de aceptación de mí misma, confiar en mis cualidades y recursos y relacionarme con el mundo desde esa tranquilidad, es posiblemente algo que me tome toda la vida. Desde allí emprendí esta aventura del autoconocimiento atento y he incluso empezado recientemente a acompañar a personas a través de la astrología. El tema es que luego de años de estar en estas, si les soy muy honesta, hay una parte de mí que se sigue sintiendo insegura, que no confía en sí misma ni en lograrlo, que no sabe cómo seguir compartiendo las cosas que sabe ni si lo va a hacer bien. Y es muy posible, que esa parte esté siempre conmigo.

Y siento que si yo le pusiera toda esta presión de lo segura que tengo que sentirme conmigo misma, esa parte saltaría por la ventana o se encerraría en un lugar en el que nadie pudiera encontrarla y me llevaría con ella por siempre. Siento que incluso si le pusiera estos nombres sexys que se han inventado como ello del 'síndrome de la impostora', esa etiqueta se sentiría muy lapidaria para mí. Porque lidiar con aquello que nos duele es complejo, requiere energía de nuestra parte y muchísima compasión. Estos dolores vienen de experiencias que dejaron huellas intensas en nuestra psique y que tienen diferentes grados de profundidad para todes. Y ponerlos en un lugar en el que ratificamos que están mal, que contribuyen a la sensación de ser inadecuades, para mí no ayuda.

Entonces, es posible que para algunes sea sencillo (la verdad es que lo dudo) o que hayan encontrado mecanismos muy funcionales para evitar profundizar mucho en la oscuridad. Pero para otres no, para otres esto sigue siendo un asunto difícil y la presión por 'estar a la altura' del nivel que nos marca el mundo no hace otra cosa que dificultar más vivir con ello. Aleja más de la autoestima de lo que acerca.

Y además, ese lugar de dolor que nunca sana, es también fuente de belleza y conexión. Es el espacio de la melancolía para acercarse al arte, para abrirse a llorar en brazos seguros, para aceptar ese lado profundamente humano, frágil, insignificante que tenemos todos y que no riñe en ningún sentido con la parte luminosa y divina, porque fue a ser humanos a lo que vinimos. Nuestra luz y divinidad es eterna.

De manera que este texto es un elogio de la herida. Es un elogio a esas partes oscuras y dolientes que todes tenemos. Es un elogio de nuestro monstruo. Ese arquetipo tan rechazado por buena parte de la sociedad y por la obsesión con la perfección, y que a la vez entraña tanta belleza. Es la reivindicación de que sanar puede que no sea que eso desaparezca, sino que aprendamos a darle un lugar. 


Hoy leía un texto sobre cómo se ve una mujer magnética y decía que es una que no duda de sí misma, que siempre está bien parada, que brilla sin parar y mi sensación fue: es una mujer que no existe. Pero lo voy a matizar diciendo: es la mujer que no creo nunca llegar a ser. Y mi reivindicación conmigo misma ante eso es: y está bien. Y hoy abrazo a mi monstrua, a mi doliente, a la insegura, a la que no sabe si va a poder. Si me preguntara cómo actuaría con alguien externamente ante esos momentos de tanta vulnerabilidad que llegan en la vida, pues sería así: todo va a estar bien, no lo tienes que saber todo y puedes sentirte del nabo, ni ser perfecta y está bien.

Siento que esta experiencia humana para mí y todo eso de la autoestima se trata mucho de aceptar esas sombras. De ser un unicornio y un monstruo a la vez. Y siento que esos monstruos más que presión y expectativas, merecen mucho amor.

P.D: Ya más para el público astrológico, esto me conectó mucho con Quirón y escribiendo me di cuenta de que el camino de este personaje comienza así: sus padres lo ven monstruoso y desde allí lo rechazan. Y es Apolo, el sol, la reivindicación del Ser, quien lo acoge y lo acompaña a convertirse en un sabio. Qué preciosa metáfora de esto, no? Abrazar desde nuestro ser, desde esa luminosidad a este monstruo, no para querer cambiarlo sino para aceptarlo y dejarlo ser y ver cuánta sabiduría tiene para mostrarnos <3


lunes, 1 de mayo de 2023

Reflexión del mes: Conectar no es lo mismo que amar

 En los últimos meses de la vida he tenido algunas experiencias que me han puesto a reflexionar (y vivir) mucho en torno a la importancia que tienen los vínculos para mí. He tenido algunos encuentros cortos, efímeros, y algunos de mis vínculos más significativos se han visto movidos por la enfermedad, la distancia, la posibilidad siempre presente de la muerte... en fin. Estaba dándole vueltas al tema en mi cabeza, pensando esta entrada, y mi mejor amigo posteó justamente algo sobre esto del amor y bueno... pues fue el empujón que faltaba para empezar a escribir.

Hace algunos años tuve un novio (uno de mis favoritos) que decía, cuando conversábamos sobre el reto que implican los vínculos: "Ay! Human relationships!" Haciendo alusión a lo retadores que son los vínculos, al movimiento interno y externo que implica conectar con alguien, a todo lo que esto nos puede mostrar de nosotres mismes. Yo, personalmente, pienso que no hay nada que nos ponga más en la tarea de vivir que eso: conectar. En eso estamos, permanentemente. De eso en últimas se trata la vida, lo que pasa es que seguido no nos damos cuenta.

Conectamos con el señor del taxi que se pasa el semáforo en rojo y nos dan ganas de darle un tirón de orejas; conectamos con nuestros compañeres de trabajo, nuestros jefes y aliades que impactan profundamente la experiencia que tenemos de cada día; conectamos con nuestros hijes, perres, gates. Conectamos especialmente con aquellos seres que hacen nuestra cotidianidad y que nos dan el privilegio de experimentales de cerca, de irles conociendo con el paso de los días y haciendo otro tipo de solidez en esos ires y venires del tiempo. Por eso es que el tiempo, hace lo suyo.

Y por acá fue donde mi reflexión se inspiró en primer lugar: no es lo mismo conectar con alguien que construir un vínculo, que amar. 

Muchas personas con las que he hablado del tema, que me han leído acá, que han visto mi tatuaje, saben que comprendo el amor como la fuerza que mantiene todo en movimiento y que impregna toda la existencia: el amor es todo lo que existe. Sin embargo, eso es un nivel de la comprensión. Yo creo, firmemente, que hay un propósito de amor en todo lo que ocurre, en lo lindo y lo feo, en lo gozoso y lo doloroso. Eso no quiere decir que no implique cierto nivel de conciencia el darte cuenta cuando estás causando daño. Por eso, no podemos equiparar amor con daño en nuestro diario vivir, pese a que en el fondo, ambas pertenecen a lo mismo. Esto es lo mismo que sucede con esto de conectar y amar: siempre, en cada conexión, podemos poner de manera consciente amor. Esto no es lo mismo que vincularse, que construir amor.

Porque la construcción de los vínculos, el cultivo del amor, toma tiempo. Toma tiempo para que podamos salir de las máscaras iniciales, de aquello que mostramos para vernos siempre lindes. Toma tiempo para calibrar las diferentes maneras de expresar ese amor: ¿cómo cuadran los lenguajes diferentes entre personas? ¿Cómo incursionas en el mundo de otre y te vas dando cuenta de dónde vienen sus maneras? Eso no ocurre en dos citas, querides lectores. Eso implica conversaciones largas, caminatas, días. 

Conlleva, además, curiosidad. Esta curiosidad a veces está impulsada por atracción sexual, otras veces por afinidad intelectual, otras veces por consanguinidades... En fin, hay algo que nos mantiene allí a lo largo del tiempo, a veces el suficiente para que la conexión trascienda y se convierta en algo más, en ese vínculo que ya no nos permite irnos de allí de un momento a otro, ya no es un: "sabes qué? esto se ha complicado mucho y no quiero enredarme la cabeza, así que mejor dejemos acá". Eso es un escenario en el que la curiosidad se ha ido o el miedo a vincularse ha podido más que esa curiosidad, o han llegado nuevas curiosidades que restan peso a la que estaba ocurriendo, las causas pueden ser muchas, pero lo cierto es que se corta la posibilidad del vínculo.

Pero la curiosidad es tan importante... porque cuando habitamos el proceso de vincularnos desde ahí, le damos tiempo al vínculo para que sea lo que tenga que ser. Porque estamos allí, disponibles para descubrir al otre y que se vuelva el gran amor de nuestras vidas o un gran amigo o un gran colega o un gran hijo de puta que no queremos volver a ver. Pero le permitimos que signifique algo para nosotros. Es tal cual lo del proceso de domesticación del principito y el zorro. No hay otra forma. Si no nos quedamos, si no damos tiempo, fue una conexión efímera, en ocasiones linda como cuando alguien te gusta y salen por un par de cafés y no pasa de allí; en ocasiones desagradable como el paseante que te bota una frase soez; en ocasiones simplemente una anécdota en la vida: la vez que llevé a una cita a un cumpleaños familiar y nunca más le volví a ver.

A lo largo de los últimos años en mi vida he podido experimentar esto del reto de los vínculos, muy especialmente en algunos románticos, con personas que se han dado la pela por quedarse y bancarse la transformación (junto conmigo, por supuesto). De ahí surgió el vínculo bello que tenemos hoy con el papá adoptivo de mi hija, que fue por muchos años mi compañero de aventuras de toda la vida. De ahí surgió también que uno de mis grandísimos amores de la vida, sea hoy la persona con la que compartimos profundas reflexiones de la vida y la política y que comprende muchos de mis sentires con casi apenas dos frases. Nos domesticamos. 

Mi mejor amigo ponía en su reflexión que cuando el amor es, es para siempre. Se transforma, se vuelve otras cosas, pero es innegable porque ya se ha puesto tiempo, energía, cuidado en ese vínculo. Ese vínculo existe, ese amor existe. Y qué fortuna cuando eso pasa, porque significa que se trata de amor correspondido.

Esa fue la otra parte que inspiró esta entrada. El valor de ese proceso, de quedarse, de apostar por esa curiosidad y construir. Nunca sabemos lo que estamos construyendo. Hace cinco años me encontré un personaje en un bar y luego, con tiempo y curiosidad, se volvió mi amigo, mi amante, mi cómplice. No lo vi venir, no pude saber que así sería, simplemente me quedé, le di espacio. Un día de julio de 2006 decidí dar espacio a un bebé en mí. Ese vínculo se volvió la aventura más linda, interesante y feliz de mi vida. Y también pudo ser un desastre. El tiempo es el que dice estas cosas, el tiempo y, por supuesto, nuestra decisión. Esto último es crucial, porque es esa decisión, consciente o inconsciente, la que permite que el vínculo se dé. Si nos vamos, si decidimos desistir, no ocurre.

Por eso (última motivación de esta entrada) cada vez que veo estos videos de 'hay que aprender a soltar', es importante recordar estas diferencias entre un vínculo y una conexión. Porque fácilmente, y lo digo como una persona evasiva, nos ponemos en esa línea para evitar el amor. No es lo mismo aprender a desapegarte de un vínculo que has construido, que te ha tomado tiempo. Ese desapego puede implicar distancia física, cambio en los términos del relacionamiento, múltiples transformaciones, en fin. Pero es real ese desapego, porque primero te apegaste. Y no hablo del apego romántico y superficial de 'acabo de conocer al amor de mi vida' (que, por qué no?), sino de ese apego que se construye desde el amor, ese que nos tiene acá como especie, ese que no es tóxico, en contra de todas estas frases de moda según las cuales todo proceso que nos vincule es tóxico (Es exitoso el capitalismo en su discurso, ala, nos rompe, nos lleva a creer que no somos mamíferos, pero va a ser que sí...).

Porque quedarse, amar, construir, no es fácil, pero es seguramente lo más bello que podemos regalarnos. Implica retos, paciencias, negociaciones. Implica ver aquello que no es lindo en el otro, aquello que no te gusta y quedarte. Implica, igualmente, dejarte ver y correr el riesgo del rechazo. Amar, vuelvo y lo digo como persona que he sido muy evasiva, da mucho miedo. Implica aceptar las transformaciones del vínculo y aún así persistir y eso es bien retador. Cada vez ocurre más, pero no ha sido siempre así... 

Amar es todo el paquete, no solamente las partes lindas y una vez que ya no sientes absoluta comodidad entonces te vas. Y qué bueno que no es así, porque si hay un lugar bello para habitar es ese espacio en el que nos sentimos aceptades y en el que podemos aceptar a les otres. En el que con los malgenios y desilusiones (inevitables desilusiones) sabemos que amamos a ese ser porque simplemente es, por el privilegio de tenerle en nuestra vida. No creo que haya alguna persona en el mundo que tiene vínculos significativos que no le han implicado retos o movimientos, qué triste sería la vida si eso no pasara. Amar, en últimas, nos implica una profunda vulnerabilidad y pues llegar ahí, tiene su proceso, al menos para algunas personas como yo.

Hace poco hablaba de esto con Victoria, de las llamadas 'complicaciones' que surgen en la vida (que es la vida, vamos...) y le decía eso, que ella, como ser, nunca me ha parecido complicada. Han surgido retos, aventuras, cosas que no sé cómo hacer, miles y miles de preguntas que impiden que me aburra un solo día, que me han ayudado a crecer, a tener perspectiva. Pero ella nunca, porque de eso se trata el amor. Ojalá pudiéramos amar a todes como amamos a les hijes <3. Confesión: no es así para mí hoy, sigo aprendiendo <3.

Como cierre a esta reflexión, que me ha movido bastante en estos tiempos de eclipses y vínculos (y además Caparrós me tuvo pensando mucho en colectivo), quiero celebrar a esas personas que se han quedado y celebrarme a mí por hacerles caso y quedarme. Celebro mucho esos amores correspondidos: hermanas, amistades, colegas, amores románticos. Les amo profundamente y amo cada paso de la historia que hemos vivido. Celebro las cercanías y distancias, las conversaciones difíciles, las peleas y las reconciliaciones. Gracias por estar en mi vida, por apostar por este vínculo, por darse el tiempo y la curiosidad de conocerme y por otorgarme el privilegio de conocerles también. No lo cambiaría por nada del mundo.

¡Qué viva el amor!


P.D: Esto también es para esos vínculos que estuvieron muy cerca y hoy están lejos. No me olvido un instante de lo compartido y tienen siempre, por siempre, un lugar en mi corazón. 

Y para ese que tengo en crisis: irmazinha, te amo y también amo este tiempo de reflexión y transformación.

















miércoles, 22 de febrero de 2023

Diana escribe: My own soul’s warning

Este texto viene del título de una de mis canciones favoritas de The Killers, que inspiró la visita de este animalito maravilloso y toda la historia ficticia de un personaje que se ha desconectado de sí y que encuentra en esos ojos el camino de vuelta. Lo amé, ojalá lo disfruten también! Y les dejo el link de la canción por acá:



My own soul's warning

 El alma. ¿Alguien podría decir qué es eso? No creo. Y sin embargo, acá está, sentada en la cama, frente a mí, con una claridad que no da lugar a dudas y viéndome directamente a los ojos. Es una anguila. ¿Cómo le hace para estar sentada, fuera del agua y con tanta propiedad? No lo sé tampoco.

Me tomó por sorpresa. Se me escapó en un ataque de tos. No me sentía bien, es cierto. Llevaba días sin quererme levantar, viviendo al ras y pensando ¿por qué? Y entonces me da este arranque de tos. Duró varias horas, no podía conjurarlo. Caminé de arriba abajo, de pared a pared de cada uno de los dos pisos de mi hermoso Penthouse, que da a la mejor vista de la ciudad: atardecer rojizo, lejano, sin que se calienten las habitaciones; y para el otro lado, verde intenso, árboles y montañas hermosas. Ah… qué belleza, me encanta eso. Y pues allí, en medio de ese lugar que tanto me gusta habitar, parecía yo un viejo de 80 años, tosiendo sin parar de arriba abajo, de ese a oeste, de norte a sur por toda la casa, hasta que empecé a botar una baba y se fue armando esta anguila que me interroga sin parar.

Y no es que diga algo, es su presencia lo que resulta inquisidor. Y me muevo alrededor suyo y ahí sigue. Y sé que es mi alma, porque me lo dicen sus ojos. Me recuerda esa frase que me decían de niño: ¿se te va a salir el corazón? Pues no, no se salió, pero sí el alma y yo pensé que eso no podía ocurrir. 

Me habla de preguntas que yo pensé que podía responder: ¿te gusta tu vida? Sí… me gusta… ¿Me gusta? ¿Qué me gusta de esa vida? La verdad es que a veces quiero salir corriendo y no volver más. La verdad es que me hastían los amigos y los jueves de whisky y la música de cámara y el jazz. Creo que ya no puedo con nada de eso, pero sigo haciéndolo porque no sé cómo parar, no sé cómo más vivir. ¡Detente anguila por favor! No quiero pensar en esas cosas.

Pero ahí siguen sus ojos. Uno morado y el otro verde. Y su cuerpo de texturas transparentes, que sugieren una luz interna que no puedo terminar de percibir y menos de describir. Mi alma-anguila me cuenta sobre recuerdos que procuro no evocar. Me muestra la imagen en el espejo, que con 50 años es igual a la de cuando tenía cinco. La misma ropa, la mirada intacta, un poco triste y con un dejo de ‘déjame en paz’ que sé usar bien cuando no quiero que las personas se dirijan a mí. Me duele esa imagen, ese niño. Procuro no pensar en él y la vida me va muy bien así. Me va muy bien siempre y cuando no me encuentre con anguilas álmicas que vengan a poner en sus ojos estas imágenes que se salen al espejo y luego no se quieren ir.

Me gusta mi auto, convertible, rápido, cuya sola presencia es una carta de presentación. Atraigo fácil a los hombres y mujeres que me interesan. En los negocios me ven bajar de él y sonríen y siento cómo se derriten en un apretón de manos que quiere decir: confío en ti, te voy a decir que sí a lo que me propongas. El efecto es similar cuando invito a alguien a casa: se sube al auto y el trato está cerrado. Piernas y culos abiertos en un momento. Eso me transmite una electricidad deliciosa por la espina dorsal que procuro alargar con un vino que elijo para complementar esa imagen de poder que ya ha quedado grabada en las pupilas de mi víctima. 

Pero sí, la verdad es que a veces me aburro y se siente un poco vacío. Pero esta posibilidad de elegir todo lo que quiero es algo que he valorado mucho siempre y que es el sentido de mi vida. ¿Sí lo es? Me miran esos ojos y el morado se pone violeta claro y se abre un poco más, como levantando una ceja a ver si me estoy contando la verdad. La observo y empiezo a caminar de un lado a otro de mi cama grande, de sábanas blancas que ojalá no se vayan a manchar con esa baba de su cuerpo (¿o será moco? ¿o restos del agua del mar de donde debe venir realmente este animal?). Por momentos bajo los párpados y pienso que me he vuelto loco, que ayer bebí demasiado, que he trabajado sin parar muchos días y que seguramente esto es producto de mi imaginación. Pero los abro de nuevo y la anguila sigue allí. Emana tranquilidad, quietud, serenidad. Como si ella supiera algo que yo no sé.

Ahora me siento a su lado. Empiezo a dar lugar a la curiosidad de saber más de ella. ¿Cómo te llamas? Pero no me responde. Apenas sus ojos emanan una dulzura especial, como si sonriera. Esa mirada, me envía a muchos años atrás, a un día que estaba comiendo una crema de tomate con una mujer que amé como a nadie. Si les digo la verdad, prefiero los hombres sexual y románticamente, son mucho menos complicados, pero ella fue especial. Me tomó por sorpresa. Uno de esos ‘amores a primera vista’ que ocurren pocas veces en la vida. Estábamos cenando y era un momento de silencio en el que ella me miró con esos ojos grandes y bonitos y me sonrió apenas mientras metía en su boca su cuchara, llena de crema de cebolla, porque la de tomate no le gustaba. Y yo me quedé allí, con la respiración suspendida, sintiendo una calidez desconocida que luego procuré olvidar. Hasta que este animal fusiforme me ha mirado así y me he vuelto a quedar sin aire.

¿Qué habrá sido de ella? No lo sé, no sigo la ruta de las personas que salen de mi vida. Se van y ya me ocupo y no vuelvo a enterarme. Solamente mantengo en mi vida un par de amigos para los jueves de whisky, y sobre todo es porque no me quiero aburrir en esas noches y porque la imagen de un círculo social estable es importante, ya saben. A parte de eso, un par de llamadas al mes a mis padres y ya está. Vivo bien solo, me gusta mi soledad. Me gustan mis cuadros y mis libros. Me gusta caminar solo y no tener que compartir con nadie mis rutinas, me gusta estar libre de negociaciones, de acuerdos, de concesiones… Pero ahí viene el ojo verde: ¿sí es verdad esto que me estoy diciendo? O ¿es simplemente la forma como aprendí a vivir y luego ya no supe encontrar otra?

La anguila se mueve un poco sobre mi cama. Se enrosca como si fuera un gatito y me vuelve a mirar con dulzura, pero esta vez es ese aire de mi madre el que me evoca, cuando me daba la papilla, adornada de unas gotas de jugo de naranja. Era un pequeño yo. Qué sensación tan maravillosa que era. Sus ojos sonrientes, su voz suave de mamá cantando alguna canción y luego la cuchara pequeña que se acercaba a mi boca. Yo no tenía ojos para nada más que para ella en ese instante y gusto para esa papilla que parecía estar impregnada de su presencia. Voz, ojos y papilla eran la misma cosa. Pero no duró mucho. La vida de la familia se alteró cuando papá asumió la carrera diplomática y ya nunca hubo esa misma calidez. Qué nostalgia.

En ese momento, la Anguila se levanta y me habla. No con voz humana, sino con un tono que me viene desde dentro, como si fuera yo hablándome a mí mismo, a través de ese ser. Y es probable que así sea, ya que se trata de mi alma. Tiene sentido ¿no? 

Me cuenta sobre corazones rotos, sobre rigideces mentales, sobre soledades inconfesables y profundas. Me advierte sobre días finitos en este mundo, sobre la impermanencia y la belleza del disfrute. Me invita a hacer elecciones, me cuenta sobre la muerte, como si fuera la amiga que permanece sentada en la sala de mi casa, al lado de mis libros de arte, de frente a mi blackout para que no entre la luz de la mañana porque me fastidia; y junto a mi planta, que requiere poca agua para que cuando no vuelva pronto a casa no se vaya a morir. Esa amiga que cuando decida salir, no lo hará sola, sino me llevará de la mano para nunca más volver.

Siento inquietud. He pensado en esto muchas veces, pero como una posibilidad lejana, como algo que pasará eventualmente, pero no pronto. Y además es uno de esos pensamientos que me digo: para qué. Pero mi alma-anguila refuerza su mirada, esta vez muy seria. Esta vez la tomo en serio, sé lo que me está diciendo. Me advierte, me grita, me implora que le dé un lugar. Sé que no lo he hecho. Sé que la he silenciado decididamente, convencido de que se trata solamente de un estorbo. Un problema menor que impide que el pragmatismo fluya felizmente en mi vida. Y sí, sí estoy harto.

Ella suspira (sí, es una anguila, yo sé, pero suspira) y me pide que la abrace. Sé lo que va a hacerme, así que lo dudo por un momento. Recuerdo que las anguilas usan su electricidad para comunicarse. Comprendo que esto es algo que yo mismo he decidido hacerme. ¿En qué clase de loco me convertí y cuándo? 

Pero acepto. Tomo el abrazo y siento cómo la electricidad recorre todo mi cuerpo, todas las células, todo mi cerebro. Antes de perder el conocimiento, viene un solo pensamiento: mañana, el desayuno será papilla en jugo de naranja. Y voy a vaciar todas las botellas de whisky y abriré las cortinas en la mañana.

miércoles, 15 de febrero de 2023

Diana escribe: Red

Esta entrada fue producto de la tarea de conectar con un color y escribir sobre ello. Tuve muchos estímulos para elegir el rojo, que es recientemente uno de mis colores favoritos: ropa, música, un día feliz y rojo. Es la más sensorial de las entradas, ojalá que la disfruten! Yo me puse roja de solo publicarla :P


Red

Red. Rojo. Rouge. Es todo lo que veo a mi alrededor. Vine a este lugar a jugar. No podía dejar de pensar en eso, necesitaba descansar, salir del día a día... Rojo. Rojo todo. El corazón, el charco de sangre, el dolor. Rojo. Y ahora vine a este lugar a relajarme y preciso: rojo también. Pero es diferente, lo sé. 

Las paredes creo que son en realidad blancas, pero con la luz roja, parecen de ese color en degradé: brillan suave abajo y luego se ponen más intensas arriba. Es un lugar amplio, de forma hexagonal. La alfombra roja se siente muy suave bajo mis pies, siento ganas de botarme al piso y revolcarme en ella y sentirme acariciada por esa piel. 

En el centro del cuarto hay una boca gigante, de plástico, con los labios entreabiertos, sugestivos. Los dientes, apenas sugeridos, hacen que se vea muy sexy. Entre eso y todo ese rojo siento calor, mi sangre, roja también, empieza a hervir y aún no ha empezado esto. En los bordes hay mesas con bebidas, rojas, posiblemente cocteles, no los voy a beber. Y hay cerezas y fresas rojas y telas de diferentes texturas y flores, que no son rojas, pero por la luz lo parecen.

Me pidieron que para venir tuviera algo rojo llamativo y yo, muy lista, me pinté los labios. Rojísimos. Me encanta cómo se ven. Y usé una máscara, con una flor roja, que se ve hermosa con mi pelo ensortijado. Mi piel se va despertando, los ojos, los oídos, alertas a lo que va a suceder. De resto, mi atuendo es negro, pero se ve rojo oscuro, por la iluminación.

Entonces, entra una persona. Un hombre. Lentes, de bordes rojos, pálido, con el cabello negro. Totalmente mi tipo. Me mira y sonríe y me dice: ‘soy el de seguridad’ y se ríe. Yo respondo con incredulidad, pero me río también. Su traje es rojo, con un logo institucional.  Ignoro quién es, pero parece un médico. Y empieza a llegar la demás gente.

Un espacio como este es poco común. No toda la gente sabe que existe y eso me agrada mucho. Ha sido creado para tener un rato de libertad, para poder jugar y sentir y desear sin temores, en apertura y confianza, en plena inocencia. Me hacía mucha falta estar en esto, siento cómo la tensión en mis hombros cede y empiezo a sentir el corazón abierto, sensual, sexual, rojo, latiente. Pienso en aquel maestro y su enseñanza para mí: estoy presente, no huyo, me involucro con profunda seriedad y compromiso gozosos, con la inocencia de un niño, con la madurez de una adulta. 

Empezamos a bailar, a reconocernos. Nos vemos a los ojos. Hay varias personas que conozco aquí, algunas muy cercanas, cuyas miradas me hablan de complicidad, de cercanía, de aventuras compartidas. Usan trajes irreverentes también, porque la idea era salirnos del personaje cotidiano. Una gata, un policía, un vikingo, una diabla. Amo verles, les amo profundamente. Me encanta escucharles reír, deambular por el espacio, ser tan desenvueltos allí. Hay un par de ojos más que me resultan llamativos y que nunca he visto. Disfruto de esta posibilidad de desear, siento mi chakra raíz, rojo, encenderse y brillar, pertenezco.

Me encuentro con una persona que ha sido un padre para mí. Me recuerdo que no lo es, que solamente tengo un padre y él no está allí. Luego con un aventurero italiano que no entiende las instrucciones del juego, y me río por eso. Me atemoriza un poco su fuerza, prefiero distanciarme de él. Cuero, plumas, cuerdas, electricidad. Más baile. Vamos creciendo en intimidad. Más risas y tacto. Más cercanía y confabulación de manada.

Entonces ocurre el evento de la noche, ese que no se espera. He estado todo el rato compartiendo como con un hermano con el personaje de las gafas rojas. Nos hemos contado los triunfos en cada juego: ¿ganaste? ¿Te dieron un dulce? ¿pudiste soportar aquella prueba? Y chocamos las manos cada vez. Le mimo la cabeza, siento su cabello suave y él se recuesta en mis piernas. No me explico por qué pero ocurre y es en total fluidez. No ha sido una opción otro tipo de cercanía porque no está diseñado el juego así, no compartes con los de tu equipo. Pero entonces, cambian las reglas y se abre esa ventana y siento cómo nos transfiguramos uno al otro y él me atrae a sí con fuerza y decisión. Bailamos. Me encanta. Parecía un chico tímido, ñoño, de esos que me cautivan, pero con los que nunca tengo ninguna posibilidad. Y viene la sorpresa de ese ser decidido que me ubica en esa alfombra, roja, suave, cálida. Me pide que le bese el cuello y que termine con un beso en sus labios. Siento la sed, el calor, los latidos de su corazón. Me contagia su deseo. Así que me doy allí, me siento sobre él, lo beso y lo disfruto, nuevamente paso mis manos por su pelo, su cara. Él me rasguña las piernas por entre las medias de malla que llevo, me abraza. Nos besamos, nos sentimos, todo el tiempo disponible completamente presentes en ese beso. Rojo. Consigue que mi mente no intervenga, me rindo.

Cuando acaba nuestro tiempo, me asusto, porque me he sentido muy cercana, muy a gusto en ese lugar, con él. Y sé que es solamente un juego, así que me aparto, como si no pasara nada, pero claro que sí pasó. Mis labios, rojos, sonríen de picardía. Atesoro ese despertar de cuerpos, y de almas. Me da risa su timidez que lo lleva a chocar de nuevo las manos conmigo, igual, como si no hubiese pasado nada. Me endulza el sentir eso, sonrío. Lo miro. Es lindo.

Nuestro salón rojo sigue girando y seguimos jugando. Sé que no voy a olvidarlo. Me veo caminando a casa sonriendo, por lo mucho que me divertí, los tacones resonando paso a paso. Me siento viva, rojísima. Gracias por el juego y la inocencia y la amistad. Miro la Luna, está roja de emoción. Qué viva este latir del corazón, rojo.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Diana escribe: Decepción

Puerta de vidrio. Mesas iluminadas. Meseros en trajes brillantes.  Vamos, tienes que lograrlo, sigue caminando.

Vestido blanco, bombacho en medio para que la panza sea libre. Lentes oscuros, porque están de moda y porque así nadie puede ver mis expresiones.

Un paso, dos. Mesero: ¿señorita, tiene reservación?

Relajo el abdomen, suspiro: No. Quiero mi lavandería.

El mesero sonríe, me guía hacia una nevera enorme de color azul. Abre la puerta y entro. Escaleras. Un, dos, tres, veinte peldaños. Oscuridad. Nueve, diez pasos. ¿Cuándo va a terminar esto? Por fin, una penumbra... y, bajo la tierra, el paraíso de los platillos que solo quienes saben pedir su lavandería encuentran. Me costó encontrarlo y hoy, por fin, lo logré.

Exploro con la mirada alrededor, nadie lo nota. Los lentes funcionan. Me siento Audrey Hepburn con este peinado alto, lentes, guantes. No quiero que me hablen, pero debo entender cómo funciona el sistema, así que avanzo.

En la barra, al mesero: Hola guapo. Qué hay de cenar.

Mesero: Lo que estabas buscando ¿Te sirvo?

…: ¡Sí!

Y va a servirme el platillo tan esperado. Es una mezcla de ingredientes del mar, venenosos, de lo cual nadie conoce la receta, solo acá. Está acompañada de espárragos, purés de papas combinados, quesos, aguacate, fresas; para probar en un mordisco el universo.

¿Cómo lo sé? Porque me lo contó una de las personas más exigentes y sensibles de paladar que haya conocido, y, al verme, supo que tenía que probarlo, era mi destino. Y así lo asumí. Por eso viajé por el mundo, guardé con celo este crucial secreto, hasta estar en esta barra, en este día a esta hora.

El mesero me pide que me siente y me retira los lentes y me ata un tapaojos de seda. Sus dedos rozan mi cuello y en el nerviosismo que siento, me erizo. Huele a pomarrosa. No es un aroma masculino, pero me reconforta.

Con un susurro me anuncia que ya vuelve con mi platillo ¡al fin!

Siento el sonido del plato contra la mesa: click, clack. Es una mesa de vidrio, helada. Por fortuna tengo puestos los guantes, amortiguan la sensación desagradable del hielo en mis antebrazos. Mejor no me los quito.

Qué nervios. Busco los cubiertos, allí están. Son enormes. Los prefiero pequeños. Otro detalle que obviaré. 

Apreciar una comida es como hacer el amor: hay mil formas de lograr el clímax. Hoy, quiero todo el juego previo, amar este platillo y vivir una sesión suave, embriagante, sensorial. 

Debido al tapaojos, me saltaré el placer de la vista. Voy despacito a olfatear el platillo, para apreciar el conjunto. Atraigo a mí su olor con mi mano izquierda. Pero no huele. Qué raro.

Pasemos al tacto. Jugueteo con mi tenedor. Quiero percibir la textura de los ingredientes diversos. Me la he imaginado muy suave, penetrable, blanda… ¡qué delicia!

Pero es tiesa. No puedo trinchar lo que parece ser una bola de ingredientes comprimidos. Ups. Bueno. Ya no hay más, tengo que tomar el primer bocado.

Con el tenedor, saco con dificultad un pedazo y lo acerco, nuevamente, a mi nariz. Por favor, que huela. No.

Y lo embuto en mi boca. Siento los ojos nadar en lágrimas, porque ya sé lo que viene a continuación...: no sabe. Su textura es más fría que un chicle, ni fresas, ni aguacate, ni purés. Es un trozo de plastilina muerto.

Dejo de contenerme. Las lágrimas se me escurren a borbotones. Quiero salir corriendo, gritar. ¿Qué clase de broma es esto? Siento el cuerpo en llamas, de decepción. El estómago se me ha cerrado y cruje de dolor. Y la boca, seca, no sabe qué hacer con ese proyecto de bolo alimenticio que nunca llegará a ser.

Lo escupo. Lo siento mucho, no puedo. Mi sueño se ha hecho pedazos. Todos los pasos que caminaron buscando el placer se han estrellado de la manera más cruel. No hay mayor desilusión que probar una comida insatisfactoria... Todo el mundo sabe eso. Pero es peor cuando se ha soñado por años con este encuentro del paladar con su víctima, con su amante y no hay NADA. Un gusto desagradable habría sido mejor que esta NADA.

No veo qué pasa alrededor. Suavemente me quito la venda y miro, ojos enrojecidos, el entorno. Nadie me mira. Todos comen felices. No alcanzo a ver sus bolas comprimidas de NADA, pero puedo intuirlas. Mi corazón-estómago se siente aún más vacío. Respiro. Lentes a los ojos.

Me levanto, con la mayor dignidad que puedo y pido al mesero que me lleve a la salida. Y con cortesía, lo hace. Gracias por la oscuridad que rodea mis pasos, para que nadie pueda ver esta humillación en este lugar al que nunca debí venir y al espero nunca más volver.

jueves, 2 de febrero de 2023

Diana escribe: Príncipe con papas

Esta línea del blog se llamará: Diana escribe. 

Este texto, así como los siguientes que estaré publicando como una 'saga', hace parte de un ejercicio que me propusieron en el reciente Mundial de Escritura, en el que participé por la diversión de hacerlo. Y fue así tal cual: hace tiempo no me divertía tanto en el ejercicio de dejarme llevar por las teclas y las palabras. Este ejercicio me llevó a abandonar cualquier agenda y dejar que fuera saliendo lo que se me ocurriera. El resultado... mucha mierda, jajajaja. Ojalá que les produzca tanto juego, repulsión y risas como a mí!



Príncipe con papas

Harry es un bicho hinchado que nunca hará caca en paz. Nada más deambula por ahí, gordo, claramente flatulento, sin ocuparse del espacio que resta a los demás, que presiona en el tiempo, el espacio, el frío, el viento. Su hálito fangoso, lento, contagioso, impregna las ropas de quienes se le acercan y hacen imposible que sea olvidada su visita.

Y todo esto, es gracias a que el pobre de Harry no puede hacer caca en paz.

Todo comenzó una tarde. Harry era flaco, casi imperceptible, liviano. Deambulaba, pero como el viento, casi flotante, claro y clarividente. Harry quería enraizarse, quería poder poner los pies en el piso. Veía a los demás y suspiraba con rabia y envidia, ‘¡ay! yo quiero caminar, quiero sentir las plantas de los pies, quiero poner el talón en el pasto, el dedo gordo en la tierra café, húmeda, carrasposa’. Sentía cómo el estómago se le ponía rojo de rabia y la sangre se le hacía más liviana porque de tanta ira calentaba toda su agua que pronto se hacía vapor… y todo salía mal, porque volaba más alto, pero de la furibunda, frenética, colérica piedra.

Era una broma muy práctica y contundente de Dios. Que la ira te mande a volar pero le llamen piedra: ¡debería caer! 

Así que Harry buscaba diariamente maneras desesperadas de cómo aterrizar, cómo dejar de ser un flaco insignificante y volverse un ser de carne y hueso… de muchas carnes y fuertes huesos, de sangre espesa, que pudiera sentir y que no lo pusiera en el cielo. Quería el infierno subterráneo y pesado, la tranquilidad de la huella en el pavimento, en la arena, en la tierra, en el barro. Las uñas sucias del tacto con la existencia. La piel sudorosa del contacto con otra piel. ¡Quería existir, sí por dios! 

Así que en medio de su amplio vuelo escuchaba a las personas a ver si aprendía cómo era que le hacían para andar por ahí, tan campantes, tan concretos, tan reales. Y descubrió que las personas usaban los sentidos para situarse, para percibirse en sí mismes y también a las otras personas. Y así, Harry descubrió que ese aire que lo atravesaba, que lo rodeaba, que lo elevaba… olía. 

Y podemos imaginar ahora a Harry en su vuelo eterno, como una caricatura dejándose guiar por los aromas de todo tipo que empezó a olfatear, a esnifar, a husmear. Qué delicia, qué asco, qué dolor de cabeza, qué sorpresas infinitas que le daban los olores. Y eran intoxicantemente atractivos ¡ay! quería tocarlos, ponérselos en la piel, mirarlos, morderlos, pellizcarlos… ¡oh! Qué placer infinito y qué dolor y qué retorcijones que empezó a sentir, acá, abajo, arriba… Hasta que no aguantó más y logró corporeidad para poderse poner esos olores.

Y en medio de revolcarse en ellos terminó de cara dentro de un pastel. No lo sabía en un comienzo… pero era un pastel de chocolate. 

Por dios… ese pastel intensificó su corporeidad. Qué suave, esponjoso, melcochudo, pegostioso, húmedo, resbaloso que era ese pastel. Manos, cuello, nariz, impregnadas de esas infinitas y embriagantes texturas. Pero era claro lo que quería hacer con ese pastel: se lo quería COMER. Su lengua se apoderó de él por un momento y en medio de tanta… dulzura-amargor-salado-acidez dejó de ser él y fue solo lengua y luego solo sabor y luego completamente chocolate. Y comió y comió y comió y quiso que el universo fuera infinito y el tiempo dominable para poder seguir allí, en ese orgasmo chocolatoso eternamente.

Y ya nunca pudo volver de allí…

Harry se aferró a comer chocolate sin fin y así se volvió un bicho, como supimos al comienzo. Deforme, en el sentido de que carece de una forma concreta, armónica. Y miedoso, porque teme que si deja ir un poco de ese chocolate, su éxtasis va a terminar, así que nunca caga. Siempre tiene miedo de perder su pequeño infierno, porque ahora existe, ahora es notable incluso a través de su hedor. Ahora pisa durísimo el suelo porque su peso es abrumador y sus huellas las puede percibir cualquiera. Ahora Harry existe. Y, además, existe gracias a ese éxtasis de sabor que no puede abandonar. Es un bicho, eternamente hinchado, que nunca podrá cagar en paz.

domingo, 15 de enero de 2023

Estar en la herida

Hace unas semanas estuve en un espacio de compartir con algunos de los seres que más amo en la existencia y ocurrió una situación que ha motivado esta entrada, pero que me recordó otras muchas, propias y cercanas (y lejanas) en las que alguien estaba muy herido internamente y eso hacía su relacionamiento con el entorno muy difícil. 

He escrito acá que hace algunos años pasé por un momento de depresión muy complejo en mi vida. Durante ese tiempo, no tenía herramientas para pedir ayuda ni para acercarme a nadie. Todo lo que podía/sabía era poner barreras a mi alrededor, con la esperanza de que eso ayudara a que me doliera todo menos. Y no funcionaba, claramente, así que reforzaba ese mismo patrón, una y otra vez. Toda esta coraza parecía tener canales de conexión directo a mis más profundos dolores, de manera que cualquier palabra, gesto, pregunta que se hacía a mi alrededor parecía tener todo que ver conmigo, era una afrenta, un golpe, una mirada de reprobación que me hundía más y más en esa coraza y que me alejaba más y más del mundo, de las personas que yo amaba. Y siendo muy sincera, pese a que buscaba y buscaba, no encontraba la salida de allí. Así sentí a una de mis personas amadas en este día, sentí que pasaba por un momento así, y que está allí hace ya un tiempo.

En aquel entonces, lo único que pudo salvarme, lo único que realmente me ayudó a dar un giro a eso, fue que mis personas amadas pudieron bajar sus propias barreras y tenderme la mano, incluso en aquellos momentos en los que yo quería herirles, en que les quería enviar lejos de mí. Tuve mucha suerte, porque estas personas, ante la evidencia de mi impotencia, al ver que no había ganas de dañar sino simplemente un enorme dolor, pudieron parar sus propias prevenciones. Realmente no sé cómo lo lograron... Siento que el poder del amor es infinito y también algunas personas nacemos con suerte. Hubo mucha rendición en ese momento. Una noche de cervezas en las que mis papás aceptaron completamente cómo me sentía. Un par de tés con mi mejor amigo en el mundo, que con los ojos aguados me pidió que le diera una oportunidad a la vida. Una hermana que en la distancia me enviaba su complicidad y su no juzgarme. Cosas simples en realidad.

Ser vulnerable es una de las cosas más difíciles para nosotros como seres humanos. La mayoría nos tomamos años en lograrlo, si es que alguna vez nos ocurre. Esa era mi situación en ese momento. No supe cómo bajar las barreras, estaba agotada en mi propio laberinto hasta que me quedé sin aire. Y fue, como les digo, el amor de mis amades, su humildad, su dulzura, lo que me hizo posible despertar. Obviamente todo en el marco de la infinita misericordia de Dios.

Fue por eso que al encontrarme con el dolor de una de mis personas más queridas y su reacción a sus propias heridas, me conmovió profundamente. Me sentí muy agradecida y esta entrada es principalmente un acto de gratitud y reconocimiento a esas personas que pudieron quedarse. No siempre es posible, y no porque haya maldad en quienes se van, es que al amar ponemos la piel allí, el corazón abierto y pues eso implica que lo que el otro hace nos toca intensamente. Y cuando hay rudeza, pues duele mucho más. Las personas que pueden hacer eso, pueden porque así son. Y es bien divertido que pocas veces se enteran de ese impacto tan bello que tienen. Cuando empecé a escribir esta entrada, en medio de mi conmoción de haberme dado cuenta de la importancia de esto en mi vida, compartí mi gratitud con un par de estos personajes y fue como: 'obvio, para eso estamos'. No es tan obvio, qué valientes que son, gracias por existir.

Pero también es un recordatorio para mí, para quienes sufren, para quienes acompañan, de que el amor es el camino. Que abrir el corazón duele y a la vez es lo que ayuda a que el dolor vaya sanando, a que se abran nuevos caminos y posibilidades, es lo que nos transforma y permite que esas barreras dejen de estar en nuestra contra. Que estar en la herida, allí, sin defensas, es algo tremendamente poderoso en nuestra experiencia humana. Y que cuando podemos quedarnos y bajar nuestra prevenciones por el amor por otro ser, de manera genuina, sin esperar nada a cambio, estamos haciendo el trabajo de Dios en la tierra y podemos realizar milagros que no podemos imaginarnos. Eso fue lo que yo recibí.

Siento que hoy sigo en esto de aprender a bajar las barreras. Siento que aún es importante para mí recordarme, día por día, que el amor es lo único real, lo único que existe y la fuerza más poderosa del universo. Y que en la medida de lo posible, esto es lo que quiero hacer por quienes amo, con la oración en el pecho de que eventualmente estas personas puedan confiar también y abrir su corazón, así duela.

No es fácil y tampoco hay prisa. Lo que sé con todo el corazón, es que solamente esa dulzura y esa disposición, lo hacen posible. Para rudeza, la vida ya tiene suficiente, ser dulces con quienes amamos es un regalo gratuito que hacemos y que nos hacemos.

Gracias amores, por estar, por quedarse, por amarme tal como soy. Sin ustedes, yo claramente no sería.
Te amo persona amada, y acá voy a estar, con el corazón abierto.