lunes, 12 de agosto de 2019

El libro de la gratitud - Capítulo 11: Daniel


Hace algunas semanas surgió una idea que me pareció linda. Hay una persona que es muy importante para mí y en uno de esos momentos de magia y conexión, pensamos que sería lindo contar cómo ha sido este camino juntos. Lo dejé ahí, pero con los días fue creciendo en mí la intención de escribirlo y me propuse hacerlo un capítulo de El Libro de la Gratitud. Así que acá va.

Mi persona se llama Daniel. Tiene 40 años. Es colombo-español, pero, como tiene un acento muy marcado, le tratan más frecuentemente como extranjero. Hemos tenido momentos muy divertidos con eso, que a él no le hacen 'ni puta gracia'. De ahí armé el apodo con el que cariñosamente me refiero a él cuando no está presente: ‘mi español’.

Nos conocimos hace cerca de año y medio. Era un sábado de una noche no tan fría en Bogotá. Asistimos por partes separadas a la misma fiesta y nos gustamos de lejos. Recuerdo muy claramente verlo entre la gente y morderme los labios. Lo que siguió a eso fue tenerlo al lado en la barra e iniciar la conversación. Amé el acento desde el primer momento y nos entendimos fácil. Pensé en irme, pero la química fluyó rápidamente... nos fuimos a un lugar aparte y sin saber de qué manera, él me preguntó si podía besarme, a lo que yo respondí con facilidad: bueno :) Y así empezó todo.

Ese día caminamos por muchas calles, casi sin rumbo, compartiendo besos y caricias e historias. El encuentro fue muy feliz. Me dejó en mi casa cerca de la madrugada, sin intercambiar teléfonos. Fue claro para mí que era una persona que no me resultaría fácil descifrar. Pero nos volvimos a ver pronto y fuimos a escuchar jazz: primer regalo de la relación. Estar en ese espacio fue como reconectar con una parte de mí con la que no conversaba hacía tiempo. Los sonidos me alegraron el corazón y luego de varios intentos de espantarlo (sin éxito) con mi amplitud de gustos en la música, hicimos de ella un lenguaje común. Era algo con lo que veníamos ambos por separado, pero fue lindo que la comunicación fluyera fácil por allí. Daniel no tenía puertas cerradas para las experiencias, en especial en los ritmos, así que me sentí muy cómoda, con ese primer escenario de la aceptación.

Las noches de jazz continuaron y se sumaron a tardes de centro, obras de teatro y música, madrugadas que alargábamos justo lo necesario para evitar el sol. Lo que parecía que iba a tratarse de un par de días, se volvió semanas y luego meses. Hablábamos de todo y me sentía identificada en muchos aspectos con su historia de vida, con su manera de sentir. Continué muy atraída por ello y pese a que todo era muy confuso en dinámicas y límites, teniendo la puerta abierta todo el tiempo, me quedé.

El tiempo me llevó a aprender a hablarle de las cosas que al inicio me daban miedo. Me aterraba la idea de asustarlo, así que me callé en ocasiones en las que no debí hacerlo. Pero luego, él estaba allí, dispuesto a escucharme, con esa frase que incorporé a mi léxico del amor: 'cuéntame más'A medida que la capa de hielo de mi corazón se iba derritiendo, empezó a aparecer la ternura entre nosotros, en juegos de cariño y risas y largos ratos de amor. Poco a poco me fui acoplando a sus brazos, a recostarme en su pecho, a consentirlo cuando reposaba sobre el mío, entre canciones de música suavecita.

Fito dice que el amor es un ejercicio. Creo que así fue un poco como se dieron las cosas entre nosotros. Lo nuestro empezó a compás de salsa y con una conexión inicial limitada. Se fue ampliando entre ritmos musicales de todo el mundo y a distintas horas del día. Nos lo fuimos bebiendo entre cervezas, en los sofás de un bar, en la puerta de mi casa o en cualquier cuadra que lo ameritara en la zona céntrica de Bogotá. Se movió por diversos lugares y colores del cielo, con postres muy ácidos para mi resaca y soles demasiado intensos para su espíritu vampiresco. Fue un amor de arrebato, aunque no me di cuenta en un principio. Se me volvió un vínculo innegociable desde el comienzo, pese a que no fue nada bien recibido por nadie en mi entorno. Ahora que lo veo hacia atrás, estuve mucho más allí de lo que pensé que estaba en el momento y tuve un cómplice dispuesto para ello en él.

Daniel también me acompañó en un momento difícil para mí en el que me sentí ahogada en la tristeza.  Tuvimos algunas noches en las que fue saliendo gradualmente el dolor que me habitaba. Yo veía crecer ese sentimiento sin poder hacer nada y no había contención en esa relación, sino más bien un impulso a lidiar con el monstruo, y si había de perecer en sus fauces, pues estaba de dios… Esto me confundió mucho, pero luego acabó por tener sentido y se volvió uno de mis motivos más grandes de gratitud con él.

Al lidiar con este asunto tuvimos unos largos días de distancia que llegaron finalmente a mi cumpleaños, momento en el que había asumido que la historia había quedado allí. Pero, a la media noche de ese día, mientras yo escribía mi manifiesto de ‘ahora sí voy a vivir’, recibí un mensaje suyo de cariño y festejo. Volvimos a estar cerca por un tiempo y la historia continuaba en el punto donde la habíamos dejado. Eso me parecía mágico. Por entonces yo tenía un viaje  programado que inicialmente me llevaría fuera del país por término indefinido y nuevamente pasé casi mi última noche en Colombia en sus brazos. Lo rodeé muy fuerte con los míos y le dije ‘he sido muy feliz contigo’ a lo que me respondió con su acostumbrada jocosidad: ‘y lo que nos falta!’. 

Los meses siguientes nos mantuvimos tan cerca como era posible estando tan lejos. Lo de las charlas cibernéticas nunca fue lo nuestro, así que tuve tiempo de extrañarlo y recordar con cariño lo vivido. Al vernos fuimos felices de nuevo, no muy frecuentes los encuentros pero con un color especial. Me quedaba la sensación de amor y el corazón lleno de felicidad. Era extraño para mí que algo tan difuso me hiciera tanto bien.

Ese tiempo de palabras bonitas y cercanía se mantuvo hasta poco tiempo antes de escribir esto, que como ya lo dije, fue por sugerencia del propio Daniel. El tiempo y el cariño hacen lo suyo y de forma suave pero constante fue llegando a un lugar propio en mí. Su amor fue fundamental durante la crisis que logró abrirme el corazón de nuevo, que me permitió contactar con la vida, con su mano en la mía, con esa forma tan bella y tan desconocida para mí, ese 'saber estar' que no buscaba nada más que acompañar. 

Me gusta mucho lo que hemos venido construyendo, porque pese a que esto siempre fue un arrebato, intenso y apasionado, el acercarnos fue paulatino, con una tranquilidad particular. Daniel tuvo siempre claro que esto era algo para mantener en el tiempo y las circunstancias y eso me ha dado el regalo del aprender a amar a las personas como son, con sus maneras, con sus tiempos, disfrutando cada segundo del compartir como si hasta allí fuera a llegar, al tiempo que hemos buscado nutrir, estar presentes, construir.

Gracias por los mil aprendizajes hasta hoy. Gracias por tu amor por la vida que resulta tan inspirador, porque me has contado que no siempre te sentiste así, porque sé que el valor es real y construido a pulso y me invitaste a crear mi propio camino en eso. Gracias por ser el cómplice de fiestas felices y de otras que no lo han sido tanto, por los paseos en moto en que me moría del miedo y que aprendí a amar, por los cafés y los postres, por el arte compartido. Gracias por escucharme de corazón a corazón, eso me ha ayudado a sanar de maneras que apenas te puedo expresar en palabras. Gracias por ser el pretexto para visitar lugares de mí y aprenderme de modos completamente nuevos, quererte de tantas maneras, sentirme tan querida de forma tan real y saber que siempre seguimos siendo tú y yo. Ha sido muy divertido y retador y a veces triste y muy feliz también, pero sin duda emocionante. Y hoy, con todo mi corazón, quiero mucho que siga siendo verdad nuestra frase: !y lo que nos falta!




Te adoro cariño. Eres maravilloso. Gracias por hacerme tanto bien <3