jueves, 21 de febrero de 2019

Dañar


Hace algunos días recibí una muy mala noticia de parte de una persona a quien quiero mucho. Me enteré de que la desconfianza se había instalado entre nosotros. La persona mintió en un contexto de acuerdos previos que se habían hecho con el fin de evitar ese escenario. Me dio muy duro. Sentí en mi corazón la herida. 

Estar en esta situación me hizo pensar en este tema del daño y la manera como nos relacionamos con eso, el lugar en el que nos ponemos cuando somos responsables por algo que ocurre a otros/as.

Nuestra sociedad en general, al menos desde el pensamiento de iberoamérica, tiene grandes dificultades para hablar sobre esto. Tenemos en nuestro haber terribles genocidios y hechos de diferentes tipos de violencia que nos ha costado trabajo abordar. Por lo general hemos elegido diferentes mezclas de dos caminos: o no hablamos de ello y dejamos que el tiempo se ocupe de que ocurra el olvido; o nos enfadamos con la persona que ha recibido el daño y expresamos las muchas razones por las que el hecho pudo ocurrir. En este escenario no negamos casi nunca nuestra acción, pero ponemos el foco en cualquier otro asunto para no ver de frente nuestra responsabilidad.

No está en nuestra cultura el reconocer, porque el miedo, la culpa y la vergüenza nos ponen en una situación muy difícil. De manera que no podemos llegar a decirnos: 'Te hice daño, lo siento' y no seguir con una retahíla de 'pero es que...'. 

El encontrarme en esta situación me puso de frente al hecho de que hoy estoy de un lado, pero estuve del otro muchas veces. Quién sabe cuántas, porque seguro en un montón no me di cuenta. Hubo muchas ocasiones en las que fui yo quien mintió de manera deliberada y generé daño en corazones que eran importantes para mí. El reconocer acá que quizás muchas veces no me di cuenta, hace parte del ejercicio de entender esto de dañar. 

No creo que trivializar el hecho de hacer daño ayude, pero es una gran tentación. Sin embargo, creo que es un buen momento para verlo y hacerme finalmente responsable. Entender, por fin, qué ocurría del otro lado cuando no era tan fácil dejar los problemas de lado. Esperé mucho de personas queridas en su momento, porque no pude entender la forma como lo estaban viendo, porque para mí no era importante, porque simplemente debían dejarlo pasar, desde mi punto de vista, muy atada yo a esta cultura de no lidiar con las cosas.

Pero esto me ha llevado a sentir cuál es la gran enseñanza del daño: No cuánto nos duele cuando estamos allí recibiendo, sino darnos cuenta de cuánto nos herimos a nosotros mismos cuando somos quienes lo causamos. La gente es dueña de su historia y siempre podrá hacerse cargo y seguir. Aprenderá de ese dolor, del mismo modo en que nosotros hemos hecho lo propio estando allí. Pero qué diferente sería esto si también nos diéramos el permiso de darnos cuenta de lo que implica dañar. 

En esto es importante reflexionar sobre cómo nos jugamos en contra en situaciones como ésta: el otro puede ser (y es, bastante seguido) alguien a quien amamos, es decir, no queremos dañarle, por eso es que nos entra la vergüenza, pero a veces nos puede más el escondernos detrás de esa hoja de parra que es el orgullo antes que abrirnos un poco y poner primero ese amor que sentimos. Y el otro lado es el nuestro, la forma como endurecemos el corazón cada vez que herimos a alguien. Como dirían por ahí 'la separación es una ilusión'.

La tentación de hacernos de piedra también siempre está allí. Siempre está esa vela alumbrando ese sendero de oscuridad. Pero también está la montaña, esa del sentir, del mantenernos vivos, de que nunca deje de importarnos, no importa cuánto duela o vuelva a doler... Y lo chévere es que como decían en Tarzan  'If it's you who climb the mountain, it's you who'll reach the peak'.

En la medida en que valoremos nuestras acciones y el peso que tienen, podremos tener más cuidado y cada vez hacerlo menos, reduciendo la duración de esta larga espiral de dolor en la que nos hemos sumido y a nuestros hermanos animales y plantas. 

Pero esto sólo puede venir del hacernos responsables. No desde un lugar de culpa y vergüenza. Claro que duele, claro que tendemos a culparnos, pero es que no se trata de eso, porque eso pone el foco en nuestra vanidad. De lo que se trata es de crecer, de asumir las acciones y de abrir el corazón también cuando estamos del lado de quien daña. Ver las huellas que eso va dejando en nosotros, ver cómo la resistencia al dolor va aumentando y sobre todo poner al otro en el lugar de amor que decimos que le tenemos, hacerlo de verdad. 

Y creo que no se trata de seguir negando el dolor, sino de abrazarlo. Dañar y ser dañado duele, es una realidad que todos y todas hemos podido experimentar en algún momento. Puede que sea tiempo de mirar ese dolor a los ojos e invitarle el café, a ver qué nos tiene que contar. Muy posiblemente nos vamos a sorprender y se abra un nuevo mundo en la puerta de atrás que surja al terminar...

Personas queridas a quienes he causado dolor, lo siento con todo mi corazón. No tengo mucho más qué decir. Ese café también me resulta aterrador, pero en honor a todo lo que consciente o inconscientemente he hecho, prometo que lo voy a intentar.