viernes, 15 de octubre de 2021

El libro de la gratitud. Capítulo 14: La sombra

Hay un capítulo de este libro de la gratitud que he intentado escribir muchas veces, pero que no he logrado conectar de la forma fluida en la que se han dado todos los demás. Me he paseado por aquí y por allá, pero aún no encuentro el camino. Ese capítulo, es el mío.

Sin embargo, he sentido que hoy he encontrado una puerta que tal vez me lleve allí y a escribir esa anhelada entrada... y es empezar por el revés, por el lado 'b', por la famosísima Sombra. Es una entrada sobre mí, un poco rollo 'upside down'. 

Hace un par de días tuve mi vacuna del Covid19. Me demoré un poco porque había tenido la enfermedad hace tres meses y bueno, esperé ese tiempo. Tomé mi medicina, me dolió mi bracito y volví a casa ya sintiendo un leve malestar en el estómago, en el aura, en un lugar que no sé cuál es. Fue un aviso muy corto para lo que vino después. 

En algunas otras entradas de este blog he mencionado por encima que sufrí depresión buena parte de mi vida. Alguna vez incluso estuve medicada, pero soy un ser demasiado intenso como para permanecer mucho en ese estado. Lo que sí me acompañó mucho rato fue esa sensación de sentirme inadecuada, de no pertenecer, de no ser amada porque había algo oscuro allí en mi corazón que ponía una distancia insalvable con el mundo. Seguro ustedes, queridas y queridos lectores, han sentido esa sensación en su relacionarse conmigo. Nada más escribirlo y siento miedo, no sé bien de qué. He encontrado maestras y ángeles en mi camino que me han acompañado a ver esta parte de mí y a empezar a vislumbrar abrazarla, por quienes siento inmensa gratitud (ya vendrá su entrada). 

Gracias a eso, hice de esta parte de mí como un perrito que tengo en secreto allí guardado, a buen resguardo y lo mejor alimentado posible, de tal manera que no ladre mucho y que los vecinos no se enteren de que vive allí. Esa 'yo' que niego de mí misma, que procuro que nunca, nunca se vaya a ver.

Pues bueno, el caso fue que la vacuna me produjo un dolor intenso de cuerpo, que nunca había sentido y me llevó a sentir el centro de mi pecho tan profundamente que no pude más que llorar y querer morir de nuevo, como tantas otras veces. Allí de nuevo. Sentir la impotencia ante mí misma, ante este cánido dolido que reclamaba mi atención. La frase era: ¡Mírame! 
Les describiré la imagen: fue como sumergirme en un océano, gigante, verde esmeralda y brillante, con los ojos cerrados como cada vez que entro al agua y me da miedo que me duela abrirlos y de pronto verme allí, frente a mí, completamente oscura y con los ojos fijos en los míos, esperando porque los abriera. Y lo hice. Y, damas y caballeros, qué fuerte es esa sensación. No es la primera vez de esto y siempre, siempre me conmueve.




Diana sombra es mil cosas, casi imposible de describir... infinita, compleja, atribulada, obsesiva, celosa, muy aprehensiva, intensa como no hay. Su piel es inasible y a la vez densa y tersa y eléctrica. Y me miró, con esos ojos grandes y abiertos, de no querer existir y a la vez estar dispuesta a dar la vida por experimentar cada pedazo de esta encarnación. Y allí estuvimos, llorando juntas, yo volteando la vista de vez en cuando, sin poderme escapar en medio de tantísimo dolor. Y me rendí allí, en esos brazos que tanto miedo me dan, que tanto reto me implican, que tanto quiero esconder.

Y en medio de eso, recordé una enseñanza poderosa que me dio una de aquellas maestras que me han acompañado: en la sombra también hay regalos. Y fue ella, y no ese lado luminoso, cursi y show off (que tanto me gusta) de mí, quien me recordó que este camino lo vamos recorriendo juntas. Que siempre fue allí en esa oscuridad donde pude encontrar tesoros que son hoy mis baluartes. Que también ella es la compasión, el amor, la entrega sincera que hoy puedo experimentar, que vinieron de allí, de esa aprehensión, de la intensidad, de la obsesión que se fue convirtiendo en determinación conmigo misma, en disciplina. Ha sido en ella, en sus fragmentos, en su aparente rotura, que me he ido armando, pedacito por pedacito.

Por eso hoy, esta entrada es para esa parte de mí. Este último día del año, este día de morirme a todo lo que fue este tiempo, quiero dedicarlo a la sombra. En infinita gratitud por estar allí, por ser parte de mí. Por las ganas de morir que luego me conectan profundamente con la vida, por esa dificultad para tomarme a mí misma, mis pliegues y dolores, mi historia, porque sigo aprendiendo de todo eso y no me aburro y con mucha frecuencia me divierto.

Gracias querida sombra, gracias querida yo por mostrarme el camino hacia mí. Y gracias porque fue en ese abrazo, en el fondo de ese océano que son mis emociones, las tuyas, las nuestras, que encontré la fuerza y la dicha de empezar este nuevo ciclo más abierta, con más amor y fue en tus ojos en los que pude vislumbrar esa posibilidad de aceptación de mí y de la vida, fue tu mano la que me llevó a la superficie otra vez.

Amor es una palabra pequeña para lo que esto significa.

Feliz final de ciclo. Gracias infinitas y que muera todo lo que fue, para que todo lo que es pueda vivir. Feliz cumpleaños a mí!