jueves, 2 de febrero de 2023

Diana escribe: Príncipe con papas

Esta línea del blog se llamará: Diana escribe. 

Este texto, así como los siguientes que estaré publicando como una 'saga', hace parte de un ejercicio que me propusieron en el reciente Mundial de Escritura, en el que participé por la diversión de hacerlo. Y fue así tal cual: hace tiempo no me divertía tanto en el ejercicio de dejarme llevar por las teclas y las palabras. Este ejercicio me llevó a abandonar cualquier agenda y dejar que fuera saliendo lo que se me ocurriera. El resultado... mucha mierda, jajajaja. Ojalá que les produzca tanto juego, repulsión y risas como a mí!



Príncipe con papas

Harry es un bicho hinchado que nunca hará caca en paz. Nada más deambula por ahí, gordo, claramente flatulento, sin ocuparse del espacio que resta a los demás, que presiona en el tiempo, el espacio, el frío, el viento. Su hálito fangoso, lento, contagioso, impregna las ropas de quienes se le acercan y hacen imposible que sea olvidada su visita.

Y todo esto, es gracias a que el pobre de Harry no puede hacer caca en paz.

Todo comenzó una tarde. Harry era flaco, casi imperceptible, liviano. Deambulaba, pero como el viento, casi flotante, claro y clarividente. Harry quería enraizarse, quería poder poner los pies en el piso. Veía a los demás y suspiraba con rabia y envidia, ‘¡ay! yo quiero caminar, quiero sentir las plantas de los pies, quiero poner el talón en el pasto, el dedo gordo en la tierra café, húmeda, carrasposa’. Sentía cómo el estómago se le ponía rojo de rabia y la sangre se le hacía más liviana porque de tanta ira calentaba toda su agua que pronto se hacía vapor… y todo salía mal, porque volaba más alto, pero de la furibunda, frenética, colérica piedra.

Era una broma muy práctica y contundente de Dios. Que la ira te mande a volar pero le llamen piedra: ¡debería caer! 

Así que Harry buscaba diariamente maneras desesperadas de cómo aterrizar, cómo dejar de ser un flaco insignificante y volverse un ser de carne y hueso… de muchas carnes y fuertes huesos, de sangre espesa, que pudiera sentir y que no lo pusiera en el cielo. Quería el infierno subterráneo y pesado, la tranquilidad de la huella en el pavimento, en la arena, en la tierra, en el barro. Las uñas sucias del tacto con la existencia. La piel sudorosa del contacto con otra piel. ¡Quería existir, sí por dios! 

Así que en medio de su amplio vuelo escuchaba a las personas a ver si aprendía cómo era que le hacían para andar por ahí, tan campantes, tan concretos, tan reales. Y descubrió que las personas usaban los sentidos para situarse, para percibirse en sí mismes y también a las otras personas. Y así, Harry descubrió que ese aire que lo atravesaba, que lo rodeaba, que lo elevaba… olía. 

Y podemos imaginar ahora a Harry en su vuelo eterno, como una caricatura dejándose guiar por los aromas de todo tipo que empezó a olfatear, a esnifar, a husmear. Qué delicia, qué asco, qué dolor de cabeza, qué sorpresas infinitas que le daban los olores. Y eran intoxicantemente atractivos ¡ay! quería tocarlos, ponérselos en la piel, mirarlos, morderlos, pellizcarlos… ¡oh! Qué placer infinito y qué dolor y qué retorcijones que empezó a sentir, acá, abajo, arriba… Hasta que no aguantó más y logró corporeidad para poderse poner esos olores.

Y en medio de revolcarse en ellos terminó de cara dentro de un pastel. No lo sabía en un comienzo… pero era un pastel de chocolate. 

Por dios… ese pastel intensificó su corporeidad. Qué suave, esponjoso, melcochudo, pegostioso, húmedo, resbaloso que era ese pastel. Manos, cuello, nariz, impregnadas de esas infinitas y embriagantes texturas. Pero era claro lo que quería hacer con ese pastel: se lo quería COMER. Su lengua se apoderó de él por un momento y en medio de tanta… dulzura-amargor-salado-acidez dejó de ser él y fue solo lengua y luego solo sabor y luego completamente chocolate. Y comió y comió y comió y quiso que el universo fuera infinito y el tiempo dominable para poder seguir allí, en ese orgasmo chocolatoso eternamente.

Y ya nunca pudo volver de allí…

Harry se aferró a comer chocolate sin fin y así se volvió un bicho, como supimos al comienzo. Deforme, en el sentido de que carece de una forma concreta, armónica. Y miedoso, porque teme que si deja ir un poco de ese chocolate, su éxtasis va a terminar, así que nunca caga. Siempre tiene miedo de perder su pequeño infierno, porque ahora existe, ahora es notable incluso a través de su hedor. Ahora pisa durísimo el suelo porque su peso es abrumador y sus huellas las puede percibir cualquiera. Ahora Harry existe. Y, además, existe gracias a ese éxtasis de sabor que no puede abandonar. Es un bicho, eternamente hinchado, que nunca podrá cagar en paz.

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