miércoles, 15 de febrero de 2023

Diana escribe: Red

Esta entrada fue producto de la tarea de conectar con un color y escribir sobre ello. Tuve muchos estímulos para elegir el rojo, que es recientemente uno de mis colores favoritos: ropa, música, un día feliz y rojo. Es la más sensorial de las entradas, ojalá que la disfruten! Yo me puse roja de solo publicarla :P


Red

Red. Rojo. Rouge. Es todo lo que veo a mi alrededor. Vine a este lugar a jugar. No podía dejar de pensar en eso, necesitaba descansar, salir del día a día... Rojo. Rojo todo. El corazón, el charco de sangre, el dolor. Rojo. Y ahora vine a este lugar a relajarme y preciso: rojo también. Pero es diferente, lo sé. 

Las paredes creo que son en realidad blancas, pero con la luz roja, parecen de ese color en degradé: brillan suave abajo y luego se ponen más intensas arriba. Es un lugar amplio, de forma hexagonal. La alfombra roja se siente muy suave bajo mis pies, siento ganas de botarme al piso y revolcarme en ella y sentirme acariciada por esa piel. 

En el centro del cuarto hay una boca gigante, de plástico, con los labios entreabiertos, sugestivos. Los dientes, apenas sugeridos, hacen que se vea muy sexy. Entre eso y todo ese rojo siento calor, mi sangre, roja también, empieza a hervir y aún no ha empezado esto. En los bordes hay mesas con bebidas, rojas, posiblemente cocteles, no los voy a beber. Y hay cerezas y fresas rojas y telas de diferentes texturas y flores, que no son rojas, pero por la luz lo parecen.

Me pidieron que para venir tuviera algo rojo llamativo y yo, muy lista, me pinté los labios. Rojísimos. Me encanta cómo se ven. Y usé una máscara, con una flor roja, que se ve hermosa con mi pelo ensortijado. Mi piel se va despertando, los ojos, los oídos, alertas a lo que va a suceder. De resto, mi atuendo es negro, pero se ve rojo oscuro, por la iluminación.

Entonces, entra una persona. Un hombre. Lentes, de bordes rojos, pálido, con el cabello negro. Totalmente mi tipo. Me mira y sonríe y me dice: ‘soy el de seguridad’ y se ríe. Yo respondo con incredulidad, pero me río también. Su traje es rojo, con un logo institucional.  Ignoro quién es, pero parece un médico. Y empieza a llegar la demás gente.

Un espacio como este es poco común. No toda la gente sabe que existe y eso me agrada mucho. Ha sido creado para tener un rato de libertad, para poder jugar y sentir y desear sin temores, en apertura y confianza, en plena inocencia. Me hacía mucha falta estar en esto, siento cómo la tensión en mis hombros cede y empiezo a sentir el corazón abierto, sensual, sexual, rojo, latiente. Pienso en aquel maestro y su enseñanza para mí: estoy presente, no huyo, me involucro con profunda seriedad y compromiso gozosos, con la inocencia de un niño, con la madurez de una adulta. 

Empezamos a bailar, a reconocernos. Nos vemos a los ojos. Hay varias personas que conozco aquí, algunas muy cercanas, cuyas miradas me hablan de complicidad, de cercanía, de aventuras compartidas. Usan trajes irreverentes también, porque la idea era salirnos del personaje cotidiano. Una gata, un policía, un vikingo, una diabla. Amo verles, les amo profundamente. Me encanta escucharles reír, deambular por el espacio, ser tan desenvueltos allí. Hay un par de ojos más que me resultan llamativos y que nunca he visto. Disfruto de esta posibilidad de desear, siento mi chakra raíz, rojo, encenderse y brillar, pertenezco.

Me encuentro con una persona que ha sido un padre para mí. Me recuerdo que no lo es, que solamente tengo un padre y él no está allí. Luego con un aventurero italiano que no entiende las instrucciones del juego, y me río por eso. Me atemoriza un poco su fuerza, prefiero distanciarme de él. Cuero, plumas, cuerdas, electricidad. Más baile. Vamos creciendo en intimidad. Más risas y tacto. Más cercanía y confabulación de manada.

Entonces ocurre el evento de la noche, ese que no se espera. He estado todo el rato compartiendo como con un hermano con el personaje de las gafas rojas. Nos hemos contado los triunfos en cada juego: ¿ganaste? ¿Te dieron un dulce? ¿pudiste soportar aquella prueba? Y chocamos las manos cada vez. Le mimo la cabeza, siento su cabello suave y él se recuesta en mis piernas. No me explico por qué pero ocurre y es en total fluidez. No ha sido una opción otro tipo de cercanía porque no está diseñado el juego así, no compartes con los de tu equipo. Pero entonces, cambian las reglas y se abre esa ventana y siento cómo nos transfiguramos uno al otro y él me atrae a sí con fuerza y decisión. Bailamos. Me encanta. Parecía un chico tímido, ñoño, de esos que me cautivan, pero con los que nunca tengo ninguna posibilidad. Y viene la sorpresa de ese ser decidido que me ubica en esa alfombra, roja, suave, cálida. Me pide que le bese el cuello y que termine con un beso en sus labios. Siento la sed, el calor, los latidos de su corazón. Me contagia su deseo. Así que me doy allí, me siento sobre él, lo beso y lo disfruto, nuevamente paso mis manos por su pelo, su cara. Él me rasguña las piernas por entre las medias de malla que llevo, me abraza. Nos besamos, nos sentimos, todo el tiempo disponible completamente presentes en ese beso. Rojo. Consigue que mi mente no intervenga, me rindo.

Cuando acaba nuestro tiempo, me asusto, porque me he sentido muy cercana, muy a gusto en ese lugar, con él. Y sé que es solamente un juego, así que me aparto, como si no pasara nada, pero claro que sí pasó. Mis labios, rojos, sonríen de picardía. Atesoro ese despertar de cuerpos, y de almas. Me da risa su timidez que lo lleva a chocar de nuevo las manos conmigo, igual, como si no hubiese pasado nada. Me endulza el sentir eso, sonrío. Lo miro. Es lindo.

Nuestro salón rojo sigue girando y seguimos jugando. Sé que no voy a olvidarlo. Me veo caminando a casa sonriendo, por lo mucho que me divertí, los tacones resonando paso a paso. Me siento viva, rojísima. Gracias por el juego y la inocencia y la amistad. Miro la Luna, está roja de emoción. Qué viva este latir del corazón, rojo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario