Hace poco tiempo dije adiós a mi historia de amor, amistad y complicidad más importante de los últimos cuatro años. Elegí tomar un rumbo distinto, hacer un cambio y esto fue el punto clave, ya que para mí esto del amor es central y me juego mucho allí.
Ha sido con seguridad una de las decisiones más difíciles que he
tomado recientemente y me encuentro hoy atravesando esta montaña
rusa del cambio, del duelo. Porque si bien esta persona sigue viva
(y espero rodeada de amor y muchas cosas lindas), murió una fase de
ese encuentro entre nosotros y con ello una parte de mí. Es un
adiós. No le veo desde entonces, sé muy poco de él y por supuesto
que está el echar de menos, el pensar seguido en cómo le va, el
enviar 'amor y luz' cada vez, como decía Liz en Comer, rezar, amar.
Se fue un momento de la vida, pues.
Pero más allá de eso, siento que esta entrada es útil porque les
confieso que es la primera vez que atravieso un momento así con
tanta presencia para mí. Y al hablarlo con una de mis mejores
amigas, me pareció curioso el observar todo lo que implica saltar de
estar con alguien: en el reto de aceptarle, de adaptarse a ese ser,
de compartir lenguajes y rutinas... a estar conmigo. Hay mucho
espacio, energía, silencios para observar, para modificar, para
sentir.
Y también me conecta con el último duelo que tuve previo a este, que
fue uno de los más largos, difíciles, dolorosos de mi vida. Muy
distinto a este. En aquella vez me evadí tantísimo que me atasqué
allí durante años y hoy incluso vienen elementos pendientes de allí
a acompañarme en un duelo que ya no tiene qué ver con esa persona.
En aquella ocasión sentí que no había terminado de vivir esa
experiencia, me resistí a aceptar esa realidad y añoré que
cambiara por mucho rato (hasta que el chico tuvo que sentarme en un
café del centro de la ciudad para decirme que no iba nunca más).
Parte de esa experiencia fue refugiarme mucho en el alcohol, en la
fiesta, en distracciones que me ayudaran a no sentir todo lo que me
estaba pasando en ese momento. Quise actuar desde el 'no me
importa', 'estoy divinamente' y empujar dentro el dolor para que no
se viera. Y saben? Siento que perdí una oportunidad allí. Me perdí
de sentir el dolor y percibir qué pasaba con Diana, por estar
pensando en... Darwin y en quién o qué iba a llenar ese espacio que
él dejaba.
Dada esa experiencia, en esta ocasión he estado muy atenta a mis
intentos de evasión y he observado en dos direcciones.
Una, afuera. Cómo comprender estos momentos de duelo nos cuesta como
colectivo. Cómo la tristeza es algo de lo que queremos salir
rápidamente, alegrar al otro, decirle que todo está bien, que 'no
pasa nada'. Naturalmente vibramos más fácil con las risas, el juego,
la actitud extrovertida. Y poco con la calma, el silencio y la
introversión. He recibido muchos comentarios en torno a: no le des
tanta importancia... se trata de un fantasma... hay que moverse de
allí...anímate... entre otros, que comprendo su intención amorosa de
dar ánimo y recordarme que esto va a pasar eventualmente. El riesgo
que corremos con eso es que se nuble la importancia de vivir esto
también, en plenitud y con atención, sin procurar esquivarlo,
permitirle desvanecerse con dulzura y en su propio tiempo. Y a mí me
cuesta darme mi tiempo, así que eso ha sido un reto clarísimo en
estos días. Me recuerda esto un poco a 'Intensamente' cuando a todos
les cae mal tristeza por agua fiestas, pero a la vez sin ella, sin
permitirnos sentirla, nos desconectamos de todo lo demás. Me
encuentro en ese balance entre seguir la vida, y apreciar su belleza
y su alegría, mientras habito esta tristeza con intensidad, con
atención, muy vivamente también.
Y en lo interno, han llegado a mí comprensiones nuevas sobre todos
esos consejos de 'no te vayas a una nueva relación' ... 'date un
tiempo para estar sola'... y un largo etcétera, que en últimas nos
hablan de que finalmente siempre se trata de nuestro proceso
personal, de cómo nos sentimos internamente y que si estamos con
muchos estímulos afuera, es complejo poder sentir lo que está
pasando adentro. Y un momento de pérdida, sea cual sea, es un
momento muy importante en la vida que merece nuestra atención.
Para mí estos ratos siempre han sido de gran transformación. No hay
otro espacio como ese para explorar profundamente nuestro ser,
nuestras historias, nuestra profunda vulnerabilidad. Siento que es
como la otra cara del amor: en el encuentro podemos ser vulnerables
y aprender de nosotros en ese abrirnos... en el desencuentro, el
adiós, también somos totalmente vulnerables y aprendemos de esa
soledad. El corazón abierto es el mismo corazón 'roto', solo que con
más florecitas, pero al fin y al cabo, se abre el corazón en estos
lugares del amar.
Así que, así me siento hoy: poniendo atención a qué pasa con Diana.
Qué siento, cómo se siente el dolor de esta pérdida, de esta
distancia, de este cambio en mis rutinas y mi vida. Cómo se siente
el miedo que me da estar sola, la duda de si voy a volver a amar
algún día (drama total y me encanta). Cómo se siente ser feliz en
medio de silencios, de espacios para mí, de estar bajo mis cobijas
con nadie más que conmigo y ese suspiro de 'aquí es' que sale
directo de mi útero. Encontrar ese espacio que he buscado tan
desesperadamente afuera... acá, adentro. Y cómo se siente sentirme
triste, sumergirme en esa emoción y atravesarla, con presencia y
decisión.
Es una conversación constante, en la que me pregunto por momentos
qué estará haciendo, con quién estará, si me piensa, si le ha dolido esto... y luego la voz que me invita a cambiar de
tema, a enfocarme en las nuevas ideas, oportunidades y proyectos que
han surgido en medio de toda esta energía que me quedó disponible
para crear mi vida de maneras diferentes. La voz que se victimiza y
que siente que no fue suficiente y que nunca iba a serlo y aquella
que empieza a volverse más fuerte y que me recuerda que sí, que
estuvo bien lo vivido, que amé con lo que pude y con la mejor
versión disponible de mí y que con eso puedo sentirme tranquila. Que
no hay abandono cuando ya somos adultes, que esto de estar con
alguien se trata de compartir todo lo que podemos y mientras podemos
y que está bien si nos vamos cuando algo ya nos nos viene bien.
La curva del duelo me acompaña diariamente. Paso de negociar conmigo
cómo no estar en este proceso, a sentir mucha rabia conmigo, con la
persona, con la vida... a la tristeza profunda que me invade el
cuerpo y libera a través del agua en forma de lágrimas, de sudor, de
mocos que van purificando mi ser y ayudándome a transitar a nuevos
escenarios, que no sé aún cuáles son y que a la vez se perfilan en
nuevas amistades, momentos, experiencias, libros, música...
Y siento la delicia de estar tan presente. Este tiempo he sentido
que esto de habitar aquí y ahora no se trata de estar siempre
felices, sino de entregarnos a lo que está pasando completamente,
sea lo que eso sea y aún así seguir gozando de la experiencia de
vivir. Me alegra este momento de la no-evasión, de la no-huida, de
elegirme y quedarme conmigo. En últimas de esto se trata y es una
tarea muy importante para mí en mi vida. Y lo comparto porque lo
siento mucho en todo mi ser y cuando algo se vive así, merece salir
a la luz.
Las emociones son nuestras aliadas. No hay malo ni bueno en esto. La
rabia ayuda a sostener y poco a poco se transforma en poder. Nos
enseña sobre los límites: hasta dónde vamos y qué permitimos (y que
NO). Y la tristeza nos cuenta sobre los ciclos de la vida, sobre la
muerte, sobre la renovación y cómo se siente pasar de la primavera
al verano, al otoño, al invierno... y nuevamente a que surja la
alegría genuina, nueva, renovada, nutrida por las experiencias para
que nuestra capacidad de apreciar se expanda. La negación permite
conversaciones internas para que con atención podamos revisar lo que
nos decimos, las historias que nos contamos y así elegir de nuevo y
dejar lo que queremos y marchar lo que no.
Las experiencias recientes me han mostrado que atravesar la tristeza
es importante, que dar ese espacio para sentir, aunque sea incómodo,
abrumador, doloroso, es clave. Porque si podemos sentir, podemos
soltar. Porque se trata de un atravesar, no un quedarse a vivir.
Fluimos como las lágrimas y así no nos estancamos y estos momentos
nos pueden nutrir y ayudar a expandirnos y aprendemos que la vida es
bella también cuando no es todo brillo y corazones.
Confieso que también elegí tomar esta decisión antes de entrar a los
días pre cumpleaños. Quería aprovechar este mes y medio de
depuración para comerme esta experiencia completa, por primera vez!
Agradezco infinito mi sensibilidad, mi drama, mi show (que incluye
esta entrada) como parte de la posibilidad de experimentar esto
hasta el fondo. Hoy siento que es un super poder y me entrego a esto
con fe. Así es como aprendo a morir y a renacer 💖😌🌸🌼
P.D: Unas palabras de gratitud en el último día del año de esa
persona: Gracias cariño, por tanto, incluido este momento. Gracias
por toda la transformación que significaste en mí, no cambiaría una
hora de lo que vivimos. Que los dioses te protejan donde vayas
🌻
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