No, si te contara, Ana. Es una historia de esas que parecían de amor. El tiempo va haciendo lo suyo, ya ves, y te das cuenta de que era más encantamiento que otra cosa. Debe ser por eso que en los cuentos los príncipes y las princesas están encantados.
Nos conocimos en una playa, lejos de acá, de esas que pocas veces se pueden visitar. Un romance de esos que ni para qué detallar: cartas interoceánicas, encuentros furtivos en el caribe, deseo a flor de piel muchas noches y tardes y días. ¡Cómo no iba a pensar que estaba enamorada!
El chico era un príncipe, de hecho así le puse: Príncipe: bien puesto, con mil promesas en los bolsillos que no dudaba en repartir a diestra y siniestra. Serio, intelectual. Un sueño para mí, te imaginarás. De esas personas que van enrostrando su altura moral y buen comportamiento con todo el que les da la oportunidad. Me convenció, mal haría en decir que no. Duró un rato el romance, de verdad creí que había una historia allí.
Ya sabrás que esas cosas son insostenibles, sobre todo sin compartir la cotidianidad, no llegas a conocer al otro de verdad, te haces imágenes y poco más. El príncipe vivía al otro lado del mar. ¿Te das cuenta cómo esta historia toda parece hecha del material de la fantasía? Nos dejamos por cuenta de la distancia y del vacío que yo sentía en ese momento, fue cuando la niña se quiso morir ¿te acuerdas? Muy difícil momento, no tenía yo ojos para mucho más que eso. Y ahí fue que el príncipe empezó a aparecer de verdad: tres vueltas a la manzana y no lo volví a ver. El estaré aquí para ti por siempre duró menos de tres meses.
Intenté ¿sabes? Yo estaba muy encantada con el príncipe. Intenté buscarle muchas veces, invitarle a que viniera a mi lado, a que pudiéramos hacer realidad todas esas promesas que habíamos hecho. Ya me conoces, Ana, una vez que pongo el foco en un amor, me va la vida en ello. Años pasaron así, no te negaré que ríos de alcohol corrieron por mis venas en la búsqueda de olvidar. Un tiempo oscuro, no te mentiré, roto el corazón en pedacitos, por fortuna, ya sabes lo que pienso de estas cosas: la luz entra por las fisuras, qué le vamos a hacer.
Y también estuvo mi antigua manía de hacer que las cosas sean siempre cordiales... lo sé, lo sé, es un defecto de carácter, pero qué te voy a decir, Ana. Pensé que podríamos seguir compartiendo facetas y que desde la amistad algo de ese amor podía vivir. En verdad lo creí, creí que había lugar en el corazón del príncipe para mí.
Pero ya ves cómo poco a poco la realidad va tomando su propio peso y el cielo obliga a sanar. Una noche en que se pasó de tragos pude ver que ya ni se acordaba de mí! Y no me refiero a un pequeño olvido, sino al olvido total: Cuatro años borrados de un brochazo. Cuatro años en los que yo había estado escribiendo cartas, llamando, contando historias. Hasta hicimos el amor alguna vez en que coincidimos! Pero para él el tiempo se había detenido mucho antes y desde un día, un momento, nunca más me volvió a ver. Sostuvo mi mano sin saber que era yo, me escribió cartas pensando que yo era aquella que había sido tanto tiempo atrás. Me besó los labios y el cuerpo, pero no supo que yo estaba allí.
Fue ahí que entendí que lo que había pasado es que hacía mucho que no me veía, que había estado conviviendo con un fantasma. Todas mis preguntas tuvieron respuesta de una sola vez: ¿Cómo puedes respetar, querer, acompañar a alguien a quien no ves? No se puede, es lo natural...No se puede querer a alguien que no existe para uno.
El príncipe... Hay que tener cuidado con las palabras con las que uno nombra las cosas. Yo le puse un nombre de fantasía y eso fue lo que fue en mi vida.
Luego de ese día de tragos dejé de verlo y de hablarle. Fue como si el telón cayera de un momento a otro en una obra que hacía mucho que había debido terminar. Estaba yo ahí, sola, en medio del escenario, apenas consciente de que hacía mucho tiempo la función había acabado. Pasé varios días de fiebres y dolores en todo el cuerpo, me tomó un rato darme cuenta de lo que me estaba pasando: estaba liberando el gramo de fantasma que por capricho había conservado en el cuerpo. Porque tú lo sabes, Ana, ninguna de estas cosas las hace una por obligación, todas son voluntarias.
El príncipe... Todo este tiempo me tomó darme cuenta de que yo nunca fui una princesa.
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