jueves, 2 de mayo de 2024

Las ventanas abiertas

Esa casa era una casa de ventanas abiertas. Eso era lo que siempre le había parecido. Solamente había que levantarse de la cama -que compartía con otro hermano- y salir corriendo al pasillo y allí estaba la luz. Y las plantas, los árboles, los pájaros. Reía y abría los brazos: qué bien se vive en esta casa de ventanas abiertas.

Amaba a su madre, a esa presencia constante y generosa que deambulaba por esos pasillos luminosos. Preparaba la comida, vendía la leche, gritaba a este y a la otra para que hicieran sus deberes. Él, tenía la misión de la risa, lo había entendido desde muy niño y así lo encarnaba cada vez que salía el sol. Si la vida era difícil, si las restricciones tocaban la puerta o la ventana, si el espacio se hacía chico y asfixiaba, él abría las ventanas y mostraba sus dientes, felices, a la existencia.

Creció con este mantra: yo soy la risa. Se hizo hermano de sus hermanos dándoles ese espacio de descanso interior. Se hizo un hijo amado de su madre recordándole que su sacrificio y su vida habían dado alegría al mundo a través de él. Se hizo un hombre apetecido por las mujeres, que caían derretidas como pétalos de flor entres sus manos al ver la luz que emanaba esa forma tan gozosa de vivir.

Ir al campo, sentir el matorral, ver las nubes, tomar la tierra entre sus manos, cantar con las vacas y saber cómo y por qué crecía la vida. Qué bueno era estar vivo en este mundo de ventanas abiertas. Las ventanas de sus ojos, de su risa, de sus brazos al bailar y mover los hombros, como le había enseñado su papá. Las piernas abiertas de su mujer, que eran misterio y deleite infinito a la vez. Los ojos abiertos de las botellas que se vaciaban sin parar en medio del baile, los gritos y las frases de entusiasmo. Los brazos abiertos de sus hijas preciosas, amadas, que corrían a su encuentro con el corazón abierto y nutrido por el amor.

Qué maravilloso vivir en este pueblo de ventanas abiertas, en medio de este planeta de luces y sombras siempre abiertas.



Ese don de la alegría, ese rol del gozo y la dicha en la familia, encontraba sosiego en ese hermano huraño y en ocasiones malgeniado que era su favorito. Con él podía ser de una manera que no podía ser con nadie más. Su euforia encontraba paridad en la calma del otro. El mediador. Ese era el rol que le había tocado en las cartas a este hermano, su hermano adorado. 

El tiempo le fue mostrando que la vida no siempre tiene las ventanas abiertas. Que dentro de nosotros hay lugares que cerramos porque vivir duele mucho a ratos. Sin darse cuenta, cerró un día una ventana en su corazón para ese hermano y la oscuridad cubrió su ser sin que pudiera verla venir. Su hermano sí la vio y reprochó esta oscuridad, pero era su propio mundo, ese interno, impenetrable que tenemos todos.

Dejó de ver las ventanas abiertas todos los días. Y poco a poco las fue viendo cada día menos, dando paso a corredores cerrados de los que no encontraba la forma de salir. Escuchaba las voces de su esposa, sus hijas amadas y sus bellas familias y corría hacia ellas, pero no lograba alcanzarlas. Era como si un velo cubriera esos espacios en los que antes había podido percibir y disfrutar la luz.

Un día, cerró los ojos. Y escuchó una voz en su pecho que le indicaba el camino hacia esa luz amada y anhelada. No abrió los ojos más, solamente se dejó guiar por ese tenue latido. Cayó por un tobogán que le recordó sus juegos de infancia y al salir, abrió los ojos y se encontró de frente en aquel patio de su casa de infancia, luminoso, y a sus padres riendo felices, que le recibieron con los brazos abiertos. La luz había vuelto, igual que su risa. Las ventanas estaban abiertas de nuevo y ya nunca se volverían a cerrar.


Disclaimer:

Este es un cuento para una persona importante para mí, que murió hace dos años, cuando decidió conscientemente irse del planeta. En ese momento, también estaba yo pensando en ello, y de alguna manera, su muerte me ganó unos años más acá. Mi gratitud es contigo, siempre. A veces nos olvidamos de que ser humanos significa que tenemos bellezas deslumbrantes y sombras aterradoras. No sé mucho de las oscuridades de esta persona, no lo conocí tan profundamente. Sin embargo, así con ese gozo es como le recuerdo. Que el final, tan desolador, no empañe la belleza que fue su vida.

Con amor,

Diana.