Escribí este final inspirada por una temporada cerca del amadísimo río de la Magdalena, desde donde escribo ahora mismo. Este río bello siempre me hace pensar en este libro, que es sin duda mi favorito en el mundo, porque se trata de un libro sobre el amor. Y el amor es todo lo que existe, en sus mil facetas, formas, colores, sabores, etc. Mi amado eterno de esta historia es el doctor Juvenal Urbino. Tengo un crush y una identificación con este personaje irremediables... siempre que propongo una amistad viene él a mi mente con su bella pregunta que replico en mis vínculos: ¿te gusta la música? Adoro su ñoñez, su buen gusto, su calma hasta para poner los cuernos, su fe en su patria, rota y en eterna negación de sí misma.
Y también... Florentino me parece un poema muy bello al amor, a esa otra posibilidad de ir más allá del vínculo de felices por siempre. A la picardía y la delicia de habitar muchos vínculos, que es real también y que nos permite conocernos en muchas caras de nosotros mismos. Florentino es una paradoja que adoro porque es mucho más libre que otros personajes del libro al no tener líos para andar con más de 600 mujeres a lo largo de su vida... y a la vez más preso que nadie, porque nunca deja de esperar a Fermina.
Y es a esa faceta patética, sobre la que he conversado mil veces con personas queridas, a la que dedico este cuento. De alguna manera inspirada por mi propio momento personal. Por cosas raras de la existencia, alguien terminó ubicándome en ese rol del Florentino que espera (con el dolor infinito de ubicar a su amor actual en el de mi amado doctor!!! jajajajaja) y, luego de que me diera piedra, me dio risa, porque en parte era verdad. Así que, para todos quienes alguna vez hemos estado en un lugar como el de Florentino, esta alternativa también es para ustedes <3
Poner a Florentino un final de un tipo relajado sé que es una blasfemia y que algunas de las personas que aman este libro tanto o más que yo, lo odiarán. Pero eso es lo lindo de ser fan y de imaginarse posibilidades distintas: el campo es de las posibilidades infinitas. Al fin y al cabo, también se habría podido suicidar 💁
Acá juego un poco con esa liviandad que se siente cuando de repente te das cuenta de que ya no piensas más en esa persona, que simplemente se ha ido y un día te levantas y notas el tiempo que llevas sin pensar en ella. Hoy eso me da esperanza sobre los amores que sí pueden terminar de integrarse, aunque por hoy no se logre, y disfrutar mucho enamorarse de la vida, del aire, de los amigos, de la gente que se cruza por el camino y de los claroscuros diarios de la existencia.
Escribo este final alternativo con todo el amor del mundo que siento por este personaje y por toda la historia que lo rodea. Gracias a Gabo por darme un relato que me gusta tanto como para ponerme en estas. No fue para el doctor, porque no hay un final más perfecto para él, caído al lado del palo de mango con su loro y viendo a los ojos a su mujer. Y aunque amo el 'toda la vida!', qué carajos, también podíamos dejar un ratito el drama y que amar fuera más grande que esperar, porque además sí es <3
Acá vamos...
Esa mañana Florentino Ariza se despertó sin compañía. Observó la llegada del día desde la comodidad de su cama y se levantó despacio. Sintió el aire salado de su habitación y lo amó.
Se asomó a su balcón, que le permitía ver el reloj de la ciudad y se llenó los ojos con el color azul del cielo despejado y los tejados bronceados. Tomó su jugo para la acidez mientras escuchaba el repicar de las campanas que llamaban a misa de 6. Agradeció a su servicio el que le tuvieran su traje acostumbrado listo y se bañó con calma en un agua de manzanilla que le habían recetado para los nervios.
Al salir de casa paseó por las calles empedradas de la ciudad. Aspiró el aroma de las magnolias que se topaba siempre en su camino. Observó a las personas atareadas en los balcones, en las calles, en los mercados, hasta que llegó a su oficina en la compañía fluvial.
Conversó con sus empleados y almorzó. Al terminar fue a reposar a la oficina que daba frente al mar. Echó de menos el aire corriendo con la velocidad del agua al navegar. Se sintió muy vivo y llenó de nuevo de aire sus pulmones.
Regresó a casa al final de la tarde, acompañado por la brisa que recorría las calles de su ciudad amada, cargando olores de mierda, de flores, de frutas, de personas hablando, andando, sudando todo el día. Y apreció el aroma de la vida, tan diverso.
Se sentó a cenar solo, con el libro que andaba leyendo por esos días como única compañía y al terminar no resistió la tentación de un café negro. Le sorprendió la sensación de impavidez que llegó al darse cuenta de que llevaba todo el día sin pensar en ella. Pero cerró los ojos y sin poder evitarlo volvió a su libro y en medio de la relajación del día se quedó dormido a medio vestir.
Se despertó de nuevo antes de que saliera el sol. Se removió y observó su cama deshecha por él mismo, allí donde también habían estado todas esas mujeres a quienes había amado y le habían amado a lo largo de los años. El amor, que había sido la verdadera naturaleza de su existencia, le cayó encima con la contundencia del primer rayo de sol.
Florentino era un hombre taciturno. Sus expresiones no sobrepasaban el asombro, rara vez llegaba a una sonrisa. Pero en ese momento, en ese día de la hora, rompió a reír sin parar. Fue una carcajada que le poseyó sin remedio y a la cual se abandonó sin condiciones, dejando que el contoneo de su abdomen y las lágrimas en sus ojos le mostraran una nueva forma de mirar.
Se desperezó divertido, con la picardía que tanto le había acompañado en su vida a flor de piel y esta vez no quiso ponerla sobre una mujer. Anheló el mar y se vio de 17 años otra vez, en ese barco en el que perdió su virginidad y en el cual volvió persiguiendo la ilusión de Fermina Daza, que había llegado por fin a su final.
La amaba y sabía que siempre la iba a amar. Y la imaginó caminar de la mano de Juvenal Urbino, siempre tan brillante, y esa espina en la garganta y el estómago que lo había atormentado tanto a lo largo de los años, simplemente no estuvo más.
Amó también a todas las otras que habían llenado sus días, sus tardes, sus noches; sus camas y su oficina con sus olores, besos y caricias. Agradeció saberse acompañado siempre.
Y esta vez eligió la soledad, ese era un terreno sin explorar. Se sabía un romántico empedernido, eso nunca iba a cambiar, ni aunque él lo quisiera, que no. Pero aún quedaba mucha vida para andar y el mar era demasiado grande como para desaprovechar por alguien con tantos barcos como él.
Tomó su sombrero, se quitó la chaqueta y eligió una guayabera fresca y con un par de libros de su mesa de noche se empacó a navegar. Había una nueva Ítaca por encontrar, no había prisa y la mar estaba abierta.